XXXII Domingo del Tiempo Ordinario
Lc 20, 27-38
Lucas, 20 - Bíblia Católica Online
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NO ES DIOS DE MUERTOS, SINO DE VIVOS.
El tema de la fe en la resurrección es un tema fundamental en la experiencia cristiana. Creer en la resurrección es proclamar la victoria de Dios sobre la muerte, por tanto es un motivo para confiar en Él, ya que nos ha creado para la vida, no para la muerte. La vocación de todo hombre es la vida, más concretamente la vida junto a Dios.
Ante la pregunta sobre la resurrección que hacen los saduceos, aunque ellos no creian en esa posibilidad (vv.27-32), Jesús responde, dando una idea profunda de lo que significa la "vida en Dios".
Dos son las propuestas:
1) 34.Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; 35.pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, 36.ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección.
En estos versiculos encontramos la explicación de la diferencia entre "este mundo" y "el mundo de la vida, el mundo de Dios". Los que tenemos fe en el Dios de la vida reconocemos que la muerte es un pasar de los vivos a la otra dimensión, que es plenitud sin fin, donde ya no hay muerte. Existe una unica vida que continua en una forma diferente. De tal modo que el día de la muerte es el "dies natalis" (el día del nacimiento).
2) 37.Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. 38.No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven.»"
La otra verdad que nos expresa Jesus es la identidad de Dios, como Dios de la vida. Jesús usa un texto bíblico para argumentar su respuesta. Es un texto del libro del Exodo, en el que Dios se identifica como "Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob" (Ex 3,16). Dios nos ha creado para la vida. No valdría la pena creer en un Dios que crea para la muerte. Como dice el salmo 16,10 que el Señor no nos abandona el Sheol. Es una relación de profunda confianza. Esa confianza en el Señor se refuerza con nuestra unión a Cristo, vencedor de la muerte. La vida con Cristo es nuestra fuerza.
Por tanto, Cristo nos abre la esperanza, nos mantiene en el camino y nos espera en la vida plena. ¿De qué vida se trata? De la vida transformada, redimida totalmente, plenificada; se trata de la plenitud del amor de Dios al hombre y del hombre a Dios. En la nueva vida alcanzaremos la integración de nuestra vida, como debe ser: una vida profunda, plena. Pero desde ya caminamos como "llamados a la plenitud", viviendo en el amor.
Que el Señor nos ayude a mantener esta fe y esta esperanza.
¡Ánimo!
Para profundizar:
— El Concilio Vaticano II dice: "...la restauración prometida que esperamos, ya comenzó en Cristo, es impulsada con la misión del Espíritu Santo y por El continúa en la Iglesia, en la cual por la fe somos instruidos también acerca del sentido de nuestra vida temporal, mientras que con la esperanza de los bienes futuros llevamos a cabo la obra que el Padre nos encomendó en el mundo y labramos nuestra salvación" (LG 48).
— El Catecismo de la Iglesia Católica (988-1014).
Especificamente 1010-1011:
1010 Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. "Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia" (Flp 1, 21). "Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con él, también viviremos con él" (2 Tm 2, 11). La novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este "morir con Cristo" y perfecciona así nuestra incorporación a El en su acto redentor:
«Para mí es mejor morir en (eis) Cristo Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a Él, que ha muerto por nosotros; lo quiero a Él, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se aproxima [...] Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré un hombre» (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos 6, 1-2).
1011 En la muerte, Dios llama al hombre hacia sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de san Pablo: "Deseo partir y estar con Cristo" (Flp 1, 23); y puede transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Cristo (cf. Lc 23, 46):
«Mi deseo terreno ha sido crucificado; [...] hay en mí un agua viva que murmura y que dice desde dentro de mí "ven al Padre"» (San Ignacio de Antioquía,Epistula ad Romanos 7, 2).
«Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir» (Santa Teresa de Jesús, Poesía, 7).
«Yo no muero, entro en la vida» (Santa Teresa del Niño Jesús, Lettre (9 junio 1987).
— Salmo 16,7-11:
"7.Bendigo a Yahveh que me aconseja; aun de noche mi conciencia me instruye; 8.pongo a Yahveh ante mí sin cesar; porque él está a mi diestra, no vacilo. 9.Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan, y hasta mi carne en seguro descansa; 10.pues no has de abandonar mi alma al seol, ni dejarás a tu amigo ver la fosa. 11.Me enseñarás el caminó de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre."
Salmos, 16 - Bíblia Católica Online
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