XXVII Domingo Ordinario
Mt 21,33-43
EL SEÑOR ESPERA FRUTOS: APERTURA A SU PRESENCIA
Nos encontramos este domingo con una parábola directa para desenmascarar el rechazo que las autoridades del pueblo judío estaban mostrando contra Jesús.
Los interlocutores de la parábola son los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo (Mt 21,23). A ellos específicamente quiere hacerles entender que el Enviado del Padre ha venido ya, pero no han querido aceptar su presencia.
Por tanto, nos interesa reflexionar un poco sobre ese rechazo que mostraron las autoridades religiosas de ese tiempo. ¿Por qué ese rechazo? ¿Por qué tanta ingratitud en el modo de querer eliminar a los enviados de Dios? ¿Por qué no quieren rendir cuentas y dar frutos?
Una cosas es cierta: Dios ha plantado una viña, la ha cuidado, se ha preocupado por ella, le ha puesto gente que la cuide y la administre, ha mostrado un corazón maganánimo para dar nuevas oportunidades...; pero los administradores se han adueñado de la viña y los frutos no le llegan al Dueño.
Según la parábola de Jesús, El Señor espera que los frutos sean para él. Nosotros como nueva viña debemos reconocer que Dios espera una respuesta generosa de parte de nosotros: que los frutos sean abundantes y para él. La Iglesia (todos los baurizados) está invitada a darse cuenta del don que ha recibido con la fe, mostrar apertura al Señor y suficiente humildad para reconocer que los frutos no son para ella misma, sino para Dios. Toda la humanidad también esta invitada a tener esta apertura al proyecto de vida que presenta El Señor. La Iglesia no vive para sí misma, sino para Dios. La Iglesia no es el centro, sino el Reino de Dios.
La apertura a la Palabra de Dios es el camino correcto. Rechazar la Palabra de Dios es un pecado. Por tanto, debemos reconocer que la mejor manera de ponernos en camino de salvación es con la apertura, real y consciente, a la Palabra de Dios.
¿Qué debemos cambiar en el mundo de hoy para poder tener una mejor apertura a la Palabra?
¿Qué frutos pueden ser los más urgentes para nuestro tiempo de parte de la Iglesia?
Intentamos dar algunas respuestas: Puede ser la unidad entre cristianos, el compromiso por la vida y la paz, el trabajo evangelizador, los gestos solidarios, la búsqueda del bien común, la perseverancia en la comunidad, la capacidad de escucha, la apertura al encuentro, la buena inversión de tiempo y fuerza en la educación de la fe de las nuevas generaciones, la conversión personal y pastoral, el esfuerzo por potenciar la fraternidad, la comunión afectiva y efectiva, el espíritu de gratitud y gratuidad...
¡Ánimo!
Para profundizar: vale la pene leer Evangelii Gaudium, n. 24, el título es PRIMEREAR, INVOLUCRAR, ACOMPAÑAR, FRUCTIFICAR, FESTEJAR.
24. La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. «Primerear»: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites. Fiel al don del Señor, también sabe «fructificar». La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora. Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un renovado impulso donativo.