XXIV Domingo del Tiempo Ordinario

11.09.2020 11:51

Mt 18,21-35

DIOS NO SE CANSA DE PERDONAR

 

La afirmación con la cual hemos encabezamos esta reflexión es del Papa Francisco. Desde el inicio de su pontificado y de modo constante el Papa nos ha recordado que Dios no se cansa de perdonar, los que nos cansamos de pedir perdón somos nosotros. Y este hecho de dejar de pedir perdón es algo grave porque tiene consecuencias negativas para nosotros mismos y para nuestros hermanos.

El perdón es un don de Dios. Es Él la fuente del perdón. Y nosotros sólo seremos capaces de perdonar si experimentamos el perdón de Dios. Por eso una gran noticia para nosotros es que Dios no se cansa de perdonarnos, esta buena noticia nos mueve a reconocer que no debemos dejar de buscarlo.

Cuando experimentamos el perdón de Dios siempre hay una consecuencia positiva para nuestros hermanos.

Jesús nos propone una transformación total de todas las leyes antiguas. En el pasado era permitida la ley del "ojo por ojo y diente por diente", como forma de justicia (Ex 21,24); sin embargo, la venganza era vista como pecado (Eclo 27,30). Y ahora Jesús nos invita al perdón sin límites: "No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete"; además, pide que el perdón sea de corazón (v. 35); y también, que el destinatario de nuestro perdón sea el hermano (vv. 21.35). Por tanto, es cuestión de fraternidad. Es una fraternidad marcada por una justicia nueva que ayuda a resanar heridas y reconstruir la comunidad (común-unidad).

Si el Padre nos perdona, nosotros podemos continuar ese río de perdón sanador.

No es "perdón y olvido". Es perdón aun recordando. Es perdonar sabiendo en plena conciencia lo que se perdona. El perdón no es un sentimiento, es una decisión. Y el perdón se hace posible cuando vemos menos el pasado de las personas y nos concentramos más en el futuro y todas las posibilidades que se abren, por gracia de Dios. Es decir que podemos ver las cosas con esperanza. Este es el ejercicio espirituaal: perdonar de corazón porque se tiene confianza en la posibilidad de cambio en la persona.

Nuestro mundo, nuestra sociedad y nuestra comunidad cristiana sólo podrá crecer basados en esta propuesta de Jesús: el perdón auténtico y sincero, el perdón sin límites. Sólo así vendrá la nueva fraternidad. La venganza sólo causa destrucción y engendra desconfianza. Ese no podrá nunca ser el camino del Reino. Y debemos insistir en otra cosa: en las cosas del perdón no es cuestión de cantidad, sino de calidad. Seguramente no es cosa fácil, pero sí es posible. Por tanto, comencemos a impregnar aire nuevo y constructivo a nuestro mundo con una buena dosis de perdón.

Comencemos a dar esos signos...

¡Ánimo!

Ejemplo: Juan Pablo II perdona a quien intentó matarlo