XVIII Domingo del Tiempo Ordinario

31.07.2020 21:59

Mt 14,13-21

COMPARTIR EL PAN

La escena que nos presenta el evangelio de Mateo  este domingo es una muestra palpable de la misericordia de Dios, que se expresa en su capacidad de compadecerse del pueblo y también en la manera concreta de atender sus necesidades. Ese gesto divino puede ser imitado por nosotros, de tal manera que la compasión del Señor puede ser un nuevo criterio para nuestro caminar histórico como seres humanos en este mundo.

Estas son las expresiones de amor y compasión del Señor:

- Vio a la gente: Un mirar particular, atento, con ternura. Y se compadece de las multitudes que lo buscan (v.14). Su mirada es hecha con el corazón, con capacidad de entrar en el misterio del dolor.

- Cura a los enfermos: alivia su dolor y hasta podríamos decir que sufre con ellos (v.14). Es difícil pensar que Jesús permanece indiferente ante el dolor humano.

- Ofrece el pan, para saciar el hambre (v.19): Es un dar sin prejuicios. Ofrece pan porque tienen hambre, y no importa si son creyentes o menos creyentes, amigos  o poco-amigos, buenos o malos...

- Involucra a los discípulos en la responsabilidad (v. 19): La responsabilidad es compartida. Los discípulos también deben comprender y aprender haciendo la ejercicio del compartir.

- Ofrece confianza y estimula la fraernidad entorno al pan compartido: Sentados en la hierba (v. 19), aquel lugar se convirtió en una gran mesa fraterna. En esa gran mesa fraterna se pone de manifiesto el sabor a reino de Dios.

- Se interesa para que nada se desperdicie (v.20): Porque los bienes del Señor se deben cuidar. No desperdiciar es una llamada de atención permanente para que cuidemos los dones del Señor y sepamos compartir hasta lo último.

Todas estas afirmaciones nos hacen pensar que el hambre que experimenta el hombre, sólo puede ser saciada según el modelo de la compasión de Jesús. Es decir, sólo abriendo los ojos y comprometiéndose ante el hambre de pan y el hambre de la palabra podremos contruir Reino de Dios.

El hambre de pan es una llamada (a veces un reclamo) fuerte para el compromiso cristiano concreto. También hoy debemos hacer gestos de compromiso solidario para transformar el mundo. Comenzar con lo pequeño y avanzar hasta lo más organizado.

El Papa Franciso nos ha dicho que "en el corazón mismo del Evangelio está la vida comunitaria y el compromiso con el otro" (EG 177); "una auténtica fe siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo" (EG 183). Seguramente ese cambio llegará cuando adquiramos el buen hábito del compartir o nuevos estilos de vida que son generadores de más vida para todos; también cuando descubramos la hermosura de la vida compartida, como don y responsabilidad.

También vale la pena recordar estas llamada del Papa, en Laudato Si', en la que nos pide una "conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana" (LS 217). Por tanto, "necesitamos una solidaridad universal nueva" (LS 14). 

¿No nos sentimos llamados a transformar el hambre del mundo? ¿Cómo hacer para que todos coman (v.20)?

¿Estamos dispuestos a comenzar aunque sea con un gesto sencillo? 

¡Ánimo!

 

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Para Profundizar: un comentario sobre el destino común de los bienes, del Papa Francisco, en Laudato Si', los numerales 93-95:

93. Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos. Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados. El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social». La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada. San Juan Pablo II recordó con mucho énfasis esta doctrina, diciendo que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno». Son palabras densas y fuertes. Remarcó que «no sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos». Con toda claridad explicó que «la Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a la propiedad privada, pero enseña con no menor claridad que sobre toda propiedad privada grava siempre una hipoteca social, para que los bienes sirvan a la destinación general que Dios les ha dado». Por lo tanto afirmó que «no es conforme con el designio de Dios usar este don de modo tal que sus beneficios favorezcan sólo a unos pocos». Esto cuestiona seriamente los hábitos injustos de una parte de la humanidad.

94. El rico y el pobre tienen igual dignidad, porque «a los dos los hizo el Señor» (Pr 22,2); «Él mismo hizo a pequeños y a grandes» (Sb 6,7) y «hace salir su sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45). Esto tiene consecuencias prácticas, como las que enunciaron los Obispos de Paraguay: «Todo campesino tiene derecho natural a poseer un lote racional de tierra donde pueda establecer su hogar, trabajar para la subsistencia de su familia y tener seguridad existencial. Este derecho debe estar garantizado para que su ejercicio no sea ilusorio sino real. Lo cual significa que, además del título de propiedad, el campesino debe contar con medios de educación técnica, créditos, seguros y comercialización».

95. El medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos. Quien se apropia algo es sólo para administrarlo en bien de todos. Si no lo hacemos, cargamos sobre la conciencia el peso de negar la existencia de los otros. Por eso, los Obispos de Nueva Zelanda se preguntaron qué significa el mandamiento «no matarás» cuando «un veinte por ciento de la población mundial consume recursos en tal medida que roba a las naciones pobres y a las futuras generaciones lo que necesitan para sobrevivir».