XVII Domingo del Tiempo Ordinario

24.07.2020 20:04

Mt 13, 44-52

EL PROYECTO DEL REINO EXIGE OPCIONES ALEGRES

En este domingo nos encontramos con otras tres parábolas dichas por Jesús, con las cuales nos explica los miterios del Reino, de modo que nos convirtamos en "discípulos del Reino" (v.52). La intención de Jesús es bastante clara: quiere que entremos en esa dinámica de vida en la cual tenemos como prioridad el reinado de Dios.

El Reino es un Tesoro (el Valor absoluto), y es tan grande que exige una opción radical y una decisión clara (vender todo). Todos los otros valores deben ser relativos al Reino. Esa opción radical se manifiesta en varias opciones cotidianas, semanales, mensuales o anuales, en las cuales se va renovando la vida y se convierte en un proceso de crecimiento en la fe, es la belleza del discipulado: seguir decidiendo cada día por el Reino.

El Reino es un don de Dios, que se nos ofrece y pide de nosotros una respuesta. Las parábolas que presenta Jesús nos hacen entender que el tesoro y la perla son valores invaluables e inimaginables, no dependen del esfuerzo del hombre; sin embargo, el hombre debe dar una respuesta que sea reflejo de una opción fundamental. Sólo con personas que han hecho la opción (en pequeñas opciones) se puede construir algo nuevo.

Es necesario abrir el corazón para descubrir el Tesoro. A veces buscar, a veces dejarse encontrar. Lo importante no es perder de vista el valor del Reino. Reconocer su centralidad y hacerlo con alegría (v.44). No mirar hacia atrás para llorar por lo que se ha dejado, sino mirar hacia adelante para revalorar el camino que se debe hacer junto al Maestro. Por tanto, es cuestión de seguir descubriendo la novedad de vida junto a Jesús.

El don que se ofrece es tan extraordinario que sería poco inteligente desperdiciar la oportunidad. El desenlace del Reino (parábola de la red, vv.47-50) es un signo claro que pensar en el final nos hace aprovechar las oportunidades que vamos encontrando mientras caminamos. Sería muu bueno, como dice la Primera Carta de Pedro, afanarse por el bien, aunque a veces hacer el bien sea un sacrificio (1Pe 3,13.17).

¿Cómo hacer presente el Reino ahora?

¿Qué opcione (grandes o pequeñas) debemos hacer en este momento de nuestra vida?

¿Cómo anda nuestra jerarquía de valores en este momento?

Con decisiones reales y concretas por nuestra Iglesia, por nuestro pueblo, por la vida, por el amor, por el más pobre...

Seamos creativos en nuestra respuesta al Reino.

¡Ánimo!

 

Para profundizar:

PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo 30 de julio de 2017


 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El discurso de las parábolas de Jesús, que reúne siete parábolas en el capítulo 13 del Evangelio de Mateo, se concluye con las tres similares de hoy: el tesoro escondido (v. 44), la perla preciosa (v. 45-46) y la red de pesca (v. 47-48). Me detengo en las dos primeras que subrayan la decisión de los protagonistas de vender cualquier cosa para obtener eso que han descubierto. En el primer caso se trata de un campesino que casualmente tropieza con un tesoro escondido en el campo donde está trabajando. No siendo el campo de su propiedad debe adquirirlo si quiere poseer el tesoro: por tanto decide arriesgar todos sus bienes para no perder esa ocasión realmente excepcional. En el segundo caso encontramos un mercader de perlas preciosas; él, experto conocedor, ha identificado una perla de gran valor. También él decide apostar todo a esa perla, hasta el punto de vender todas las demás.

Estas similitudes destacan dos características respecto a la posesión del Reino de Dios: la búsqueda y el sacrificio. Es verdad que el Reino de Dios es ofrecido a todos —es un don, es un regalo, es una gracia— pero no está puesto a disposición en un plato de plata, requiere dinamismo: se trata de buscar, caminar, trabajar. La actitud de la búsqueda es la condición esencial para encontrar; es necesario que el corazón queme desde el deseo de alcanzar el bien precioso, es decir el Reino de Dios que se hace presente en la persona de Jesús. Es Él el tesoro escondido, es Él la perla de gran valor. Él es el descubrimiento fundamental, que puede dar un giro decisivo a nuestra vida, llenándola de significado.

Frente al descubrimiento inesperado, tanto el campesino como el mercader se dan cuenta de que tienen delante una ocasión única que no pueden dejar escapar, por lo tanto venden todo lo que poseen. La valoración del valor inestimable del tesoro, lleva a una decisión que implica también sacrificio, desapegos y renuncias. Cuando el tesoro y la perla son descubiertos, es decir cuando hemos encontrado al Señor, es necesario no dejar estéril este descubrimiento, sino sacrificar por ello cualquier otra cosa. No se trata de despreciar el resto, sino de subordinarlo a Jesús, poniéndole a Él en el primer lugar. La gracia en el primer lugar. El discípulo de Cristo no es uno que se ha privado de algo esencial; es uno que ha encontrado mucho más: ha encontrado la alegría plena que solo el Señor puede donar. Es la alegría evangélica de los enfermos sanados; de los pecadores perdonados; del ladrón al que se le abre la puerta al paraíso.

La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de aquellos que se encuentran con Jesús. Aquellos que se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría (cf. Exort. ap. Evangelii gaudium, 1). Hoy somos exhortados a contemplar la alegría del campesino y del mercader de las parábolas. Es la alegría de cada uno de nosotros cuando descubrimos la cercanía y la presencia consoladora de Jesús en nuestra vida. Una presencia que transforma el corazón y nos abre a la necesidad y a la acogida de los hermanos, especialmente de aquellos más débiles.

Rezamos, por intercesión de la Virgen María, para que cada uno de nosotros sepa testimoniar, con las palabras y los gestos cotidianos, la alegría de haber encontrado el tesoro del Reino de Dios, es decir el amor que el Padre nos ha donado mediante Jesús.