XVI Domingo del Tiempo Ordinario

12.07.2014 16:28

Mt 13, 24-43

TRIGO (O CIZAÑA), SEMILLA DE MOSTAZA, LEVADURA...

 

Nos mantenemos en el capítulo 13 de Mateo, el capítulo de las parábolas. Este domingo econtramos tres parábolas: del trigo y la cizaña, de la semilla de mostaza y de la levadura. Jesús expone las parábolas y también explica una de ellas: la del trigo y la cizaña.

Veamos algunos elementos importantes que podemos destacar para nuestra vida:

- Jesús siempre siembra buena semilla, no puede sembrar mala semilla, sería algo contradictorio y poco coherente. La buena semilla se manifiesta siempre en su color original, sobre todo cuando madura. Es interesante que el trigo cuando madura tiene color dorado (evocando, si lo vemos con ojos metafóricos, la divinidad); en cambio, la cizaña, cuando madura es de color negro. Por tanto, la diferencia de colores nos identifica. Estamos invitados a manifestar siempre nuestro mejor color.

- El lugar donde se siembra la semilla es el mundo (dentro el mundo), no fuera del mundo, sino en lo más profundo de la realidad. También la levadura tiene como tarea fermentar desde dentro del mundo. Por tanto, la buena semilla (la palabra en nosotros) debe dar sus frutos en lo más profundo de la vida del mundo. Un cristiano auténtico se siente comprometido a transformar todo desde dentro. Esta es la actidud del auténtico cristianismo: dar fruto aquí y ahora, bien adentro y dede abajo.

- Existe una enemigo que quiere eliminar la buena semilla, por eso siembra cizaña, con el propósito de no dejar crecer la semilla. Inmpedir el crecimiento del trigo es una acción destructora, anti-vida, anti-Reino. Todo esto va siendo desenmascarado en el tiempo, y todo quedará más claro al final. Es necesario estar atentos para descubrir y desenmascar esa mano criminal que tiene como intención destruir. El mal viene del enemigo. Y es necesario un buen ejercicio de discernimiento para descubrirlo.

- La buena semilla son los buenos seguidores del Señor, que se esfuerzan por reflejar los valores del Reino. Esa semilla puede ser pequeña como la semilla de mostaza, pero lo impotante es que dé fruto. Desde lo pequeño se comienzan las cosas grandes. La buena semilla es la que dará continuidad a la historia. Sólo con la buena semilla se puede garantizar la comida para las nuevas generaciones y la vida para todos.

- La buena semilla y la cizaña crecen juntas. Pero llegará el momento en que la justicia de Dios pondrá en claro todo. Es cuestión de tener paciencia y seguir sembrando buena semilla con esperanza. Seguir sembrando es una tarea que sólo cumplen los que tienen fe. El hecho de que la semilla y la cizaña crezcan juntas hace surgir tantas preguntas, sobre el mal, el sufrimiento, la negatividad... todo, absolutamente todo, será esclarecido. A nosotros nos toca seguir manifestando la postividad.

- Ser buena semilla cuesta, pero vale la pena hacer el esfuerzo. Ser levadura también cuesta, pero es eso lo que realmente da sabor.

¡Ánimo!

 

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Para profundizar:

PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo 20 de julio de 2014

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En estos domingos la liturgia propone algunas parábolas evangélicas, es decir, breves narraciones que Jesús utilizaba para anunciar a la multitud el reino de los cielos. Entre las parábolas presentes en el Evangelio de hoy, hay una que es más bien compleja, de la cual Jesús da explicaciones a los discípulos: es la del trigo y la cizaña, que afronta el problema del mal en el mundo y pone de relieve la paciencia de Dios (cf. Mt 13, 24-30.36-43). La escena tiene lugar en un campo donde el dueño siembra el trigo; pero una noche llega el enemigo y siembra la cizaña, término que en hebreo deriva de la misma raíz del nombre «Satanás» y remite al concepto de división. Todos sabemos que el demonio es un «sembrador de cizaña», aquel que siempre busca dividir a las personas, las familias, las naciones y los pueblos. Los servidores quisieran quitar inmediatamente la hierba mala, pero el dueño lo impide con esta motivación: «No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo» (Mt 13, 29). Porque todos sabemos que la cizaña, cuando crece, se parece mucho al trigo, y allí está el peligro que se confundan.

La enseñanza de la parábola es doble. Ante todo dice que el mal que hay en el mundo no proviene de Dios, sino de su enemigo, el Maligno. Es curioso, el maligno va de noche a sembrar la cizaña, en la oscuridad, en la confusión; él va donde no hay luz para sembrar la cizaña. Este enemigo es astuto: ha sembrado el mal en medio del bien, de tal modo que es imposible a nosotros hombres separarlos claramente; pero Dios, al final, podrá hacerlo.

Y aquí pasamos al segundo tema: la contraposición entre la impaciencia de los servidores y la paciente espera del propietario del campo, que representa a Dios. Nosotros a veces tenemos una gran prisa por juzgar, clasificar, poner de este lado a los buenos y del otro a los malos... Pero recordad la oración de ese hombre soberbio: «Oh Dios, te doy gracias porque yo soy bueno, no soy como los demás hombres, malos...» (cf. Lc 18, 11-12). Dios en cambio sabe esperar. Él mira el «campo» de la vida de cada persona con paciencia y misericordia: ve mucho mejor que nosotros la suciedad y el mal, pero ve también los brotes de bien y espera con confianza que maduren. Dios es paciente, sabe esperar. Qué hermoso es esto: nuestro Dios es un padre paciente, que nos espera siempre y nos espera con el corazón en la mano para acogernos, para perdonarnos. Él nos perdona siempre si vamos a Él.

La actitud del propietario es la actitud de la esperanza fundada en la certeza de que el mal no tiene ni la primera ni la última palabra. Y es gracias a esta paciente esperanza de Dios que la cizaña misma, es decir el corazón malo con muchos pecados, al final puede llegar a ser buen trigo. Pero atención: la paciencia evangélica no es indiferencia al mal; no se puede crear confusión entre bien y mal. Ante la cizaña presente en el mundo, el discípulo del Señor está llamado a imitar la paciencia de Dios, alimentar la esperanza con el apoyo de una firme confianza en la victoria final del bien, es decir de Dios.

Al final, en efecto, el mal será quitado y eliminado: en el tiempo de la cosecha, es decir del juicio, los encargados de cosechar seguirán la orden del patrón separando la cizaña para quemarla (cf. Mt 13, 30). Ese día de la cosecha final el juez será Jesús, Aquél que ha sembrado el buen trigo en el mundo y que se ha convertido Él mismo en «grano de trigo», murió y resucitó. Al final todos seremos juzgados con la misma medida con la cual hemos juzgado: la misericordia que hemos usado hacia los demás será usada también con nosotros. Pidamos a la Virgen, nuestra Madre, que nos ayude a crecer en paciencia, esperanza y misericordia con todos los hermanos.