Un artesano se dedica a su obra con originalidad, empeño y pasión, trabaja con sus manos y con instrumentos que favorecen a que la obra tenga una belleza particular. Cada obra es única e irrepetible. Cada obra tiene una belleza especial. Pensar en la obra del artesano nos puede ayudar a pensar a cómo trabajamos en nuestras propia vida.

 

Si pensamos que nuestra vida personal es una obra original, también podemos pensar que el trabajo tiene que ser un trabajo artesanal. Es decir, trabajar despacio, con originalidad y asumiendo la responsabilidad con nuestras propias manos. Todo esto requiere la búsqueda de la belleza en cada cosa, cada etapa y cada paso. Somos una obra original de Dios.

 

Jesús trabaja en nosotros como un artesano, porque no quiere hacer de nosotros una obra original. Cada uno de nosotros es único e irrepetible. No hemos sido creados en serie; no somos piezas idénticas del rompecabezas. Cada uno de nosortos es una pieza original del gran mosaico de la vida. Cada uno de nosotros es una obra buena salisa de las manos del gran artista: el Señor. Somos como el barro entre sus manos (Jr 18,1-6; Is 64,8). La gracia del Señor y su fuerza nos hacen originales y eso nos basta (2Cor 12,9).

 

Si se trata de hacer brillar la originalidad de nuestra personalidad, entonces nuestro trabajo tiene que ser artesanal. Eso requiere tiempo, dedicación, concentración y mucha paciencia.

 

El trabajo artesanal se puede mostrar de muchas maneras y en distintas circunstancias: en la formación de nuestros niños, en el acompañamiento a los jóvenes, en el cultivo del amor familiar, en el empeño por la vida espiritual, en la manera de hacer crecer nuestra fe, en la forma de servir a la comunidad... y la lista puede seguir. ¿En qué cosas específicas de tu vida te sientes llamado a trabajar como artesano?

 

Animo,

P. Rafael