SGINIFICADO DE LA BEATIFICACION DE MONS. ROMERO
Significado de la Beatificación
de Mons. Oscar Romero
El 23 de mayo recién pasado hemos vivido un día histórico para nuestro país, en particular para la Iglesia salvadoreña. Hemos participado en la solemne ceremonia de la beatificación de Mons. Oscar Romero, un gran cristiano, sacerdote, obispo, pastor y mártir.
La Iglesia oficialmente lo ha beatificado como mártir por odio a la fe; el pueblo ya antes lo había declarado santo en todas sus expresiones artísticas y de devoción popular. Que bueno que ahora la Iglesia lo declara como beato y ratifica lo que la sensibilidad del pueblo ya había intuido; seguramente esto dará mucha esperanza a nuestro país tan necesitado de luces que iluminen el camino en medio de tantas sombras.
Ahora nos preguntamos ¿qué significa esta beatificación para nuestro pueblo? ¿Cuáles son los caminos que se abren para nuestro caminar pastoral? ¿Cuáles son la enseñanzas para la Iglesia salvadoreña?
En la Carta Apostólica enviada por el Papa Francisco se pueden encontrar las grandes líneas que dibujan la personalidad de Mons. Oscar Romero, las cuales ofrecen pautas de crecimiento para nuestra Iglesia salvadoreña y latinoamericana y, por qué no decirlo, también la Iglesia universal.
El texto dice:
“En virtud de nuestra autoridad apostólica facultamos para que el venerable Siervo de Dios Oscar Arnulfo Romero Galdámez, Obispo y mártir, pastor según el corazón de Cristo, Evangelizador y padre de los pobres, testigo heroico del Reino de Dios, reino de justicia, fraternidad y paz, en adelante se le llame Beato y se celebre su fiesta el día veinticuatro de marzo…”
Hay cinco elementos que me gustaría enfatizar, para profundizar sobre su personalidad del obispo mártir, y son los siguientes:
1. Obispo y mártir: a Mons. Romero se le caracteriza como obispo y mártir, esto define la identidad más honda de su ministerio. Oscar Romero vivió intensamente su vocación sacerdotal, la cual hizo suya de modo profundo en el ministerio episcopal, que le fue confiado el 25 de abril de 1970. Fue un sacerdote con un gran sentido eclesial, su lema episcopal, “sentir con la Iglesia”, pone de manifiesto su caridad pastoral y su amor a la Iglesia. Fue un sacerdote virtuoso, disciplinado, hombre de Dios, de profunda oración; un verdadero mediador entre Dios y los hombres, compartiendo el sacerdocio de Jesucristo. Su fidelidad a Cristo lo llevó al martirio. Un martirio que, como dijo el Cardenal Angelo Amato en su homilía, no fue un martirio improvisado, sino que fue la consecuencia de una vivencia radical de su sacerdocio en circunstancias difíciles. Así vivió y así murió, como auténtico sacerdote. Recordemos que mártir significa testigo. En el caso de Mons. Romero ha sido testigo de una fe sacerdotal, donando la vida por Dios y el pueblo.
2. Pastor según el corazón de Cristo: En Mons. Romero se ha cumplido aquella profecía de Jeremías que dice: “Les daré pastores a mi gusto que los apacienten con saber y acierto” (3,15). O como decía I. Ellacuría: con Mons. Romero, Dios pasó por El Salvador. Esta es una certeza de nuestro pueblo sencillo que ha sabido reconocer en aquel gran sacerdote y obispo a un pastor auténtico, capaz de dar la vida por la ovejas, siguiendo el modelo de Jesús (Cf. Jn 10,11). La Iglesia oficialmente reconoce, pues, que Mons. Romero fue un pastor auténtico, que supo vivir intensamente el amor cristiano hasta dar la vida. Por eso el pueblo salvadoreño se siente fortalecido y favorecido precisamente porque su testimonio de pastor nos hace descubrir caminos nuevos de entrega generosa. Nuestro país necesita, hoy más que nunca, pastores celosos del rebaño, fieles a Dios y al pueblo, con el oído y el ojo puesto en el clamor del pueblo. El Papa Francisco lo enfatizó en el mensaje que envió el día de la beatificación, con estas palabras:
“En ese hermoso país centroamericano, bañado por el Océano Pacífico, el Señor concedió a su Iglesia un Obispo celoso que, amando a Dios y sirviendo a los hermanos, se convirtió en imagen de Cristo Buen Pastor. En tiempos de difícil convivencia, Monseñor Romero supo guiar, defender y proteger a su rebaño, permaneciendo fiel al Evangelio y en comunión con toda la Iglesia. Su ministerio se distinguió por una particular atención a los más pobres y marginados”;
y más adelante agrega:
“damos gracias a Dios porque concedió al Obispo mártir la capacidad de ver y oír el sufrimiento de su pueblo, y fue moldeando su corazón para que, en su nombre, lo orientara e iluminara, hasta hacer de su obrar un ejercicio pleno de caridad cristiana”.
3. Evangelizador y padre de los pobres: Otra característica impactante en el decreto de beatificación es el reconocimiento de su tarea como evangelizador y padre de los pobres. Se pone en evidencia su particular identidad como hombre de la Palabra; sólo un hombre que se ha dejado moldear por la Palabra de Dios es capaz de anunciar un mensaje de vida para el mundo. Es bueno recordar lo que cuentan los que vivieron en aquella época cuando Mons. Romero era arzobispo: todos afirman que las homilías de aquel gran evangelizador eran escuchadas por la radio como si se estuviera en cadena nacional; es decir, todos pendientes de sus palabras, porque eran palabras de un hombre de Dios. Efectivamente, sus homilías eran profundas y cargadas de solidaridad con el pueblo. Por eso también se le llama “padre de los pobres”. Esta es una frase que vale la pena ponerla entre comillas, por la relevancia que tiene para nuestro pueblo salvadoreño. Reconocer en Mons. Romero como un papá que se preocupa por nosotros y quiere el bien para todos sus hijos y que, sobre todo, está pendiente de los más pobres. Cuando la iglesia atribuye este título de padre de los pobres a Mons. Oscar Romero nos está invitando también a confiar en él, buscarlo, pedirle, a sentirlo cercano, a obedecerle. Esta puede ser una línea de pensamiento que se debe seguir profundizando en nuestra espiritualidad cristiana salvadoreña. El Papa Francisco lo dice en su mensaje: “con corazón de padre, se preocupó de «las mayorías pobres»”. La paternidad de Mons. Romero respecto a este pueblo salvadoreño es una verdad que debemos seguir descubriendo y aprovechando.
4. Testigo heroico del Reino de Dios: hablar de Mons. Romero como testigo heroico del Reino de Dios nos hace recordar la actualidad de aquella bienaventuranza que Jesús pronunció en el sermón de la montaña: “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5,10). Al obispo mártir le tocó enfrentar todo tipo de pruebas con tal de anunciar el reino de Dios, que implica paz, justicia, alegría (Cf. Rm 14,17), es decir implica vida. La tarea no fue fácil, por eso nos dice que la Iglesia que el Beato Oscar Romero fue testigo heroico, es decir, un luchador valiente por una causa justa, que es la causa de Dios: la vida de sus hijos. San Ireneo decía: “Gloria Dei, vivens homo”, “la gloria de Dios es que el hombre viva” (Contra las Herejías IV, 20,7). Y Mons. Romero aplicaba esta frase diciendo: “la gloria de Dios es que el pobre viva”, así lo afirmó el 2 de febrero de 1980, en Lovaina. Ahora podemos decir nosotros, la gloria de Dios es que este pueblo viva en paz, en fraternidad, en reconciliación. Eso es precisamente lo que pidió el Papa Francisco en su mensaje antes citado: “Es momento favorable para una verdadera y propia reconciliación nacional ante los desafíos que hoy se afrontan”. Es todo un sendero a seguir, inspirados en el Beato Oscar Romero.
5. Beato: Finalmente quisiera presentar una palabra conclusiva, a modo de síntesis. La afirmación con la palabra “beato”. Antes se ha hecho referencia a la frase de san Ireneo que dice “que la gloria de Dios consiste en que el hombre viva”; esa afirmación tiene un complemento: “la vida del hombre consiste en la visión de Dios”. Precisamente por todas las características antes mencionadas, Mons. Romero es un hombre feliz, triunfador, bienaventurado, un hombre que goza de la visón de Dios, es decir, un beato. Goza plenamente de la vida junto a Dios y nos impulsa a comprometernos en nuestra vida, como cristianos, por el Reino de Dios.
No hay duda que debemos seguir profundizando sobre su testimonio, para lo cual propongo algunas pautas:
· Redescubrir su sacerdocio.
· Enfatizar su caridad pastoral.
· Promover su espiritualidad encarnada.
· Asumir una pastoral auténticamente integral.
¡Ánimo!