RECORDANDO A RICARDO

28.08.2020 15:43

 

A mi hermano Ricardo:

 
Ha pasado un semana de tu muerte, en forma trágica e inhumana. Todavía me cuesta dormir por las noches pensando en la forma cómo te mataron. Todavía salen las lágrimas espontáneamente cuando pienso en la amistad que nos mantenía en comunión y por la cual pudimos compartir tantos buenos momentos durantes los últimos 25 años, ya que nos conocimos desde el tiempo del seminario, allá por el año 1995.
 
Al hacer memoria de tu vida me viene a la mente, de modo inmediato, aquella sonrisa que correspondía a tu actitud permanente de positividad que manifestabas. Eras muy amigable con las personas que se te acercaban, a veces un poco tímido. Pero siempre se lograba descubrir la calidad de persona que eras (y que eres). Me impresionaba cómo buscabas simper valorar y servir a las personas.
 
Tu inteligencia, además, era muy aguda. Tenías esa capacidad de reflexión y de intuición, ya sea en el trato con cada persona o en el análisis de la realidad. Recuerdo muy bien una vez cuando me dijiste que cada vez que dialogabas con alguien (especialmente en una confesión) te gustaba descubrir el misterio que se econdía en la vida de la otra persona. Esa era tu sensibilidad de filósofo, pero también de sacerdote y pastor que se preocupa por dar tiempo para conocer a sus hermanos.
 

¡Tu muerte prematura no es la voluntad de Dios! Estoy seguro que nuestro Padre no quería que tú murieras de ese modo ni que murieras a tus 44 años. Tu muerte es una muestra de la maldad que se esconde en el corazón del hombre. Tu muerte, además, expresa la estupidez en la cual puede caer una sociedad que no sabe escuchar la voz del Mestro de Nazaret, quien nos dijo que venía para darnos vida en abundancia. Me explico un poco mejor: la destrucción entre nosotros mismos es un acto realmente insensato, animalesto y hasta bestial. No hay duda que cuando falta la fe, el ser humano es capaz de lo peor. Y cuando hablo de la fe me refiero a la auténtica fe, aquella que se vive en un seguimiento permanente de Jesús, viviendo la experiencia de la fraternidad. Esto fue lo que tú creías y que también proponías a todas las personas con las cuales ejercías tu sacerdocio: los jóvenes en proceso de formación, la personas de las parroquias o los movimientos, las personas a las cuales dabas dirección espiritual.

 
Por eso es doloroso tener que enfrentar el fenómeno de tu muerte. Y surgen angustiosa la preguntas: ¿Quén te mató?¿Por qué te mataron? Cualquiera que sea la respuesta a esta pregunta no es justificable desde dingún punto de vista. De todos modos seguiremos insistiendo en la pregunta por saber quién o quiénes fueron. Saber esta verdad servirá para hacer justicia y para reivindicar tu memoria. Es decir, hacer justicia pienso que es llamar a la conversión a los asesinos y proclamar que la vida debe ser la propuesta principal en esta cultura de la muerte. Por otra parte, reinvindicar tu memoria es para nosotros, como Iglesia, una tarea permanente en el sentido de hacer valer toda tu historia personal, y que sirva como motivación para seguir nuestra lucha por la defensa de la vida, de toda vida.
 
Haremos memoria de tu capacidad de servicio, tu inteligencia filosófica, tu disponibilidad para la fraternidad, tus espíritu propositivo en la pastoral, tu deseo de formar nuevas generaciones de sacerdotes, teniendo como modelo inspirador a San Oscar Romero. Recordaremos siempre tu amistad espontánea. Incluso recordaremos tus habilidades deportivas o el sentido del humor con el cual tomabas las cosas.Todo esto lo atesoramos, cada uno según el modo cómo te hemos conocido.
 
Tu muerte ha despertado una sensibilidad especial en el pueblo: muchas personas están orando por nosotros los sacerdotes. Tu muerte nos hace pensar en nuestras esperanzas y deseos: que ya no mueran más sacerdotes de este este modo, que haya mayor solidaridad entre nosotros, que las semillas sembradas por los sacerdotes produzcan frutos.
 
Tu muerte nos plantea, además, algunos retos:
Para los sacerdotes: el reto de intensificar nuestra identidad sacerdotal y también nuestra fraternidad, de tal modo que busquemos siempre fortalecer la unidad del clero de nuesrta Diócesis y también la unidad del clero salvadoreño.
Para los laicos: pienso que el reto es cuidar a sus sacerdotes, defenderlos y valorar sus enseñanzas. Incluso podemos decir que tienen como reto el saber aconsejar a sus sacerdotes, para que trabajemos todos por una solidez eclesial. 
Para toda la Iglesia: el reto es cultivar una fe íntegra, lo cual implica tener bien fija la mira en Jesús y los pies bien firmes sobre la tierra, proponiendo la vida en esta cultura de la muerte, anunciando el Reino y, por tanto, siempre proponiendo y pidiendo justicia.
Para nuestra sociedad: el reto es trabajar por los valores que nos edifican a todos, reconociendo que es mucho más sensato edificarnos que destruirnos.
 
Seguiremos pidiendo verdad y justicia. Seguiremos proponiendo una fe de ojos abiertos y corazón sensible. Seguiremos pidiendo por la vida para todos.
 
Siempre estarán en mi memoria aquellos momentos compartidos en nuestros años de formación en el Seminario, la comunicación entre nosotros la primera vez que yo estuve en Roma y tu eras párroco en la parroquia de San Nicolás, lo momentos de trabajo juntos como formadores en el Filosofado, la vida compartida en los años que llegabas los fines de semana a San Rafael Obrajuelo, donde yo era párroco, el trabajo juntos en la pastoral vocacional, los partidos de fútbol, los diálogos que hacíamos en los que habían acuerdos y desacuerdos, hablabamos de música, deporte, comida, Iglesia, Palabra de Dios, sociedad...  siempre con mucho respeto. No hay duda que la vida compartida es un don.
 
Me duele que no pude estar presente en tu funeral. Me duele que no podremos volver a compartir aquellos momentos fraternos. Te aseguro que seguiré elevando mis oraciones por tu eterno descanso y también pidiendo para que tu muerte no sea olvidada.
Gracias, Ricardo, por la vida compartida juntos!
 
Tu amigo y hermano,
Rafael