Jesús de Nazaret es nuestro maestro de oración. Según los evangelios Jesús dedicaba mucho tiempo para la oración, sobre todo en las noches, manifestando de ese modo que la oración es un momento de intimidad con su Padre, en el que encontraba fuerza cotidiana para su misión.

 

La oración requiere tiempo, dedicación, disponibilidad, docilidad y apertura. Viviendo esas condiciones seguramente podremos hacer un ejercicio de profundización sobre lo que somos (hijos de Dios) y sobre nuestra Fuente y Meta (el Padre Dios) y sobre nuestra misión: ser sal y luz en este mundo.

 

Lo que más nos interesa subrayar en la reflexión de esta semana es que la oración debe ser "diaria". Precisamente porque todos los días necesitamos recordar dónde está nuestra Fuente y quién es la Fuerza para nuestro camino. El ejercicio diario seguramente nos dará más luz para entender, comprender y afirmar que nuestra vida tiene sentido sólo en Dios. Además el ejercicio diario nos ayudará siempre reforzar nuestra propia misión.

 

Dejar de orar diariamente es dejar que nuestro corazón se debilite. Y un corazón que tiene una fe débil se pierde fácilmente en el camino.

 

No dejemos nunca nuestra oración diaria.