Los mártires, una luz para la sinodalidad

26.03.2022 11:11

LOS MÁRTIRES, UNA LUZ PARA LA SINODALIDAD.

P. Rafael Sánchez

 

Este año 2022 nos encontramos en contexto de proceso sinodal, viviendo una etapa de escucha del pueblo de Dios y en camino hacia el Sínodo sobre la sinodalidad que tendrá su momento conclusivo en octubre de 2023. Un tema teológico que debemos profundizar en todo este proceso es el tema de la sinodalidad como dimensión constitutiva de la Iglesia, que es un lenguaje que se viene madurando en la conciencia eclesial a partir del Magisterio del Concilio Vaticano II[1]. Un elemento urgentes y significativo que se nos invita a potenciar en este proceso sinodal es el ejercicio del aprender a escuchar a todos. La Iglesia es un pueblo que vive de la escucha de su Señor y también de la escucha de la voz de todos sus miembros. Si bien es cierto, en este tiempo debemos aprender a escuchar a los cercanos y lejanos, también a los indiferentes, ateos, incrédulos, a las otras religiones, etc., a nosotros nos interesa, especialmente, escuchar la voz de los mártires.

En este mes de marzo, especialmente, estamos en contexto martirial, ya que recordamos en El Salvador el martirio de San Óscar Romero, también del Beato Rutilio Grande y sus compañeros mártires. Vale la pena mencionar que en Italia, el 24 de marzo de cada año se celebra la Jornada de los Misioneros Mártires; este año será la XXX edición, que tendrá como tema Voce del Verbo (Vos del Verbo). Es decir, los mártires son una voz del Verbo, que invita descubrir la verdadera vocación de toda la humanidad. Los mártires, como miembros de pueblo de Dios que camina en la historia, son un punto de referencia indispensable para encontrar el sentido del camino y el modo cómo debemos caminar.

Queremos afirmar en este artículo que los mártires, en cuanto manifestación transparente de la fe en Jesucristo y como miembros del pueblo de Dios en camino, son un signo permanente –una voz profética que ilumina el camino– que nos llama a la comunión y la misión, estos son los dos aspectos eclesiológicos que definen a la Iglesia. Ante el mensaje de los mártires nos corresponde aprender a descubrir la voz de Dios que nos interpela, que nos habla con lenguaje desafiante y nos invita a discernir sobre los pasos nuevos que debemos asumir. En el camino encontramos a Dios, escuchamos su voz y aprendemos a discernir[2]. Con la ayuda de los mártires encontramos luces y motivaciones para seguir en camino.

El punto de partida de todo el camino es Jesucristo, el Testigo Fiel, es decir el mártir por excelencia (Ap 1,5), es el fundamento de todo martirio porque ha donado la vida por amor y eso es evidente; Cristo es Cabeza de la Iglesia (Cfr. Ef 1,10; 4,15; Col 1,18), Camino, Verdad y Vida (Jn 14,6). Crsito es el centro de todo y por eso es luz de los pueblos (LG 1). Ya que es luz y centro de la historia[3] es el punto culminante de reconciliación de todas las cosas (Rm 5,11; Col 1,20), así, él es el signo que habla claro, que atrae y que impulsa. Jesucristo es fuerza de atracción y fuerza motora. Todo comienza y termina en Cristo, Alfa y Omega (Ap 1,8). En Cristo también encontramos nuestro único Medidador universal entre Dios y los hombres (1Tm 2,5). Por tanto, ya que Cristo está al principio, al final y al centro, entonces en Él encontramos nuestra identidad, porque nos reconocemos como miembros y discípulos de su Camino (Hch 9,2; 19,9.23; 22,4; 24,14.22). 

Es importante destacar que todo el pueblo de Dios está en camino hacia el fin de los tiempo y hasta los confines de la tierra[4]; «la Iglesia camina con Cristo, por medio de Cristo y en Cristo»[5]y la sinodalidad manifiesta su carácter peregrino. En esta dinámica de camino que vive la comunidad de discípulos de Cristo, destacamos la necesidad de tener puntos de concentración. El principal punto que nos reune es Cristo: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,32). Es una manifiestación pro-vocadora (que llama hacia él) para que toda la humanidad entienda quién es el punto que armoniza, cohesiona y da consistencia a toda la historia y la humanidad. 

Entre todos los miembros del pueblo de Dios, los mártires son testigos especiales de la fe en Jesucristo. Ellos son una llamada a entrar más de lleno en el camino de la fe. Por eso es importante escuchar y dejarse interpelar por la sangre derramada por fidelidad a la fe. El lenguaje de la sangre es signo de fidelidad a Dios y a la historia. Un mártir responde históricamente al Evangelio de Jesucristo, de ese modo tiene un doble efecto: ad intra, crea comunión, porque atrae hacia Cristo; ad extra, porque impulsa a la misión, es decir, a vivir el estilo que Dios nos ha revelado en Jescristo. La coherencia entre fe y vida que se refleja en los mártires es una inspiración constante para profundizar el camino en el interior de la comunidad cristiana y para lanzarse hacia la tarea misionera.

Los mártires son compañeros de camino y nos ayudan a comprender que la fidelidad al evangelio se debe vivir en el tiempo (ya) y orientados hacia la eternidad (todavía no, pero ya presente). Por tal motivo nos motivan a vivir con alegría nuestro compromiso cristiano, procurando llenarlo todo de la luz y de la sal de Cristo, anunciando la cruz de Cristo[6]. Nuestra tarea es asumir históricamente ese ejercicio tan necesario de escuchar la voz de los mártires, porque su palabra nos hace crecer en sinodalidad.

La Iglesia que escucha la voz de sus mártires es una Iglesia fuerte y sensible, capaz de la conversión permanente, significativa y creíble, dadora de vida y generadora de procesos que ayudan a crecer en la fe. La Iglesia de la escucha es capaz del martirio, es decir, del testimonio claro y significativo. Existe una llamada urgente y personal a despertar en los miembros del pueblo de Dios todas las capacidades intelectuales y afectivas para recomponer la unidad y la paz, haciendo posible que se viva la comunión entre los hombres y de los hombres con Dios y dar testimonio de esa comunión para que el mundo crea (Cfr. Jn 17,21).

Con la ayuda de los mártires la Iglesia reconoce que tiene una vocación sinodal: es una llamada a caminar como pueblo de Dios, como pueblo peregrino que se deja iluminar por los mejores frutos de la fe: los mártires. De ese modo se mantiene despierto el espíritu de profecía[7], porque denuncia el pecado destructor y también anuncia que otro bien mayor es posible: el amor que construye. 

Quisiera terminar haciendo referencia a las palabra del Papa Francisco pronunciadas el 9 de octubre de 2021, en su discurso de introducción al proceso sinodal. En dicho discurso el Papa menciona que nos encontramos en tiempo de gracia, que nos da tres oportunidadesl: «La primera es la de encaminarnos no ocasionalmente sino estructuralmente hacia una Iglesia sinodal; un lugar abierto, donde todos se sientan en casa y puedan participar. El Sínodo también nos ofrece una oportunidad para ser Iglesia de la escucha, para tomarnos una pausa de nuestros ajetreos, para frenar nuestras ansias pastorales y detenernos a escuchar […] Por último, tenemos la oportunidad de ser una Iglesia de la cercanía. Volvamos siempre al estilo de Dios, el estilo de Dios es cercanía, compasión y ternura». Y concluye el Papa diciendo que debemos ser «una Iglesia que no se separa de la vida, sino que se hace cargo de las fragilidades y las pobrezas de nuestro tiempo, curando las heridas y sanando los corazones quebrantados con el bálsamo de Dios. No olvidemos el estilo de Dios que nos ha de ayudar: la cercanía, la compasión y la ternura».

Ese estilo de Dios ha sido el estilo que se refleja en la vida de los mártires. En los mártires vemos el reflejo de una Iglesia que se hace cargo de la fe en la historia, así se vuelve testimonio creíble. Pensemos en S. Óscar Romero, en su modo de escuchar al pueblo, su cercanía y solidaridad. Por eso el pueblo sabía escuchar su palabra y si testimonio de fe. Entonces, vale la pena dejarse iluminar por los mártires, porque son la mejor expresión de una Iglesia sinodal y nos ayudan a caminar y crecer en la dimensión sinodal. 



[1] Cfr. Comisión Teológica Internacional, La Sinodalidad en la Vida y en la misión de la Iglesia, nn. 3-5.

[2] Cfr. Papa Francisco, Homilía del 10 de octubre 2021

[3] Cfr. GS, n. 10: «Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea necesario salvarse. Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro».

[4] Comisión Teológica Internacional, La Sinodalidad…, n. 51.

[5] Ibid., n. 50.

[6] LG, n. 8: «La Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios anunciando la cruz del Señor hasta que venga. Está fortalecida, con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, y revelar al mundo fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos».

[7] Cfr. LG, n. 12: «El pueblo santo de Dios participa también de la función profética de Cristo». Al decir pueblo santo se refiere a la totalidad de los fieles –desde los obispos hasta los laicos– quienes, con el sentido de la fe (sensus fidei) saben percibir los frutos del Espíritu que se muestran en aquellos que han mostrado la fidelidad en la fe hasta derramar su sangre.