La Palabra es Luz (I)

11.01.2022 16:15

LA PALABRA ES LUZ

El próximo 23 de enero celebraremos en todo el mundo el "Domingo de la Palabra de Dios". Según la idicación del Papa Francisco, en su Carta Apostólica "Aperuit Illis", del 30 de septiembre de 2019, en la cual dice: "establezco que el III Domingo del Tiempo Ordinario esté dedicado a la celebración, reflexión y divulgación de la Palabra de Dios" (n. 3). Un domingo así puede despertar en nosotros buenos propósitos, por ejemplo: Una relación decisiva con la Palabra viva (n. 2); hacer crecer en el pueblo de Dios la familiaridad religiosa y asidua con la Sagrada Escritura (n. 15); comprender la riqueza inagotable que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo (n. 2); hacer que la Iglesia reviva el gesto del Resucitado que abre también para nosotros el tesoro de su Palabra para que podamos anunciar por todo el mundo esta riqueza inagotable (n. 2); profundizar el carácter performativo de la Palabra de Dios (n. 2).
 
Para prepararnos al Domingo de la Palabra de Dios quisiera proponerles un tríptico de reflexiones. Es decir, haremos un pequeño recorrido en tres pasos, para tener una idea completa. Los pasos son los siguientes: 1) La palabra como luz que ilumina; 2) La Palabra como fuerza transformadora de nuestra vida; 3) La Palabra como experiencia performativa. Daremos un paso cada semana.
 
Esta semana damos el primer paso: La Palabra de Dios como luz para nuestro camino.
 
Recordemos aquel versículo famoso del salmo 119: "Tu Palabra es antorcha para mis pasos, luz para mi sendero" (Sal 119,105). En esa expresión reconocemos la importancia de la Palabra de Dios para nuestro camino. Somos peregrinos y necesitamos la luz para saber dónde caminar. Es Dios mismo que ilumina nuestro sendero, con su Palabra, es decir con su presencia. Así lo expresa también otro salmo: "Tú Yahvé, eres mi lámpara, mi Dios que alumbra mis tinieblas" (Sal 18,29). Reconocemos que el Señor no sólo ilumina dónde debemos caminar, sino que también ilumina nuestro interior, es decir nuestra propia vida, con toda su historia de gracia y pecado, y nos concede la posibilidad de reencontrar nuevas esperanzas.
 
La Palabra de Dios ilumina nuestra vida en su totalidad y también se presenta como enseñanza que ilumina y corrige. En el libro de los Proverbios encontramos esta afirmación: "Porque la orden es lámpara y la enseñanza luz, y son camino de vida las reprimendas que corrigen" (Prov 6,23). Necesitamos de esa luz para orientar bien nuestros pasos en cualquiera proyecto o decisión, eso implicará hacer profundización de decisiones tomadas o también implicará cambios, reprogramación o reorientación de nuestros objetivos. Lo importante es la doscilidad a la Palabra que ilumina.
 
Dice la Primera Carta de San Juan: "Dios es Luz, en él no hay tiniebla alguna" (1,5). Dios es la luz que necesitamos para caminar hacia los objetivos que dan vida. Esa luz tan necesaria nos ha llegado en Cristo, la Palabra encarnada que es luz. El evangelio de Juan afirma que en Cristo nos ha llegado la luz verdadera: "La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre viniendo a este mundo" (Jn 1,9), por eso Jesucristo se presenta como luz y nos invita a seguir esa luz: "Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8,12).
 
Por tanto, estamos invitados a dejarnos iluminar por la Palabra de Dios, que es luz indispensable para entender por dónde deberían orientarse nuestros pasos. Y también invitados a caminar en la luz: "Si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros" (1Jn 1,7). Las prguntas que nos hacemos son: ¿estamos dispuestos a dejárnos iluminar? ¿estamos dispuestos a caminar en la luz?
 
Es el Señor mismo que nos abre el entendimiento para comprender las Escrituras, como lo hizo con los discípulos de Emaús (Lc 24,45). Y queremos que su Palabra siga iluminando nuestra vida hoy, también cada proyecto, cada paso, cada decisión... Dejémonos iluminar por esa palabra siempre nueva que el Señor nos presenta! Caminemos en la luz!
 
Un abrazo,
Animo,

Rafael.

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Para profundizar, le propongo un texto del Papa Benedicto XVI, en su Exhortación Apostólica Verbum Domini, n. 50: 

"El Señor pronuncia su Palabra para que la reciban aquellos que han sido creados precisamente «por medio» del Verbo mismo. «Vino a su casa» (Jn 1,11): la Palabra no nos es originariamente ajena, y la creación ha sido querida en una relación de familiaridad con la vida divina. El Prólogo del cuarto Evangelio nos sitúa también ante el rechazo de la Palabra divina por parte de los «suyos» que «no la recibieron» (Jn 1,11). No recibirla quiere decir no escuchar su voz, no configurarse con el Logos. En cambio, cuando el hombre, aunque sea frágil y pecador, sale sinceramente al encuentro de Cristo, comienza una transformación radical: «A cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios» (Jn 1,12). Recibir al Verbo quiere decir dejarse plasmar por Él hasta el punto de llegar a ser, por el poder del Espíritu Santo, configurados con Cristo, con el «Hijo único del Padre» (Jn 1,14). Es el principio de una nueva creación, nace la criatura nueva, un pueblo nuevo. Los que creen, los que viven la obediencia de la fe, «han nacido de Dios» (cf. Jn 1,13), son partícipes de la vida divina: «hijos en el Hijo» (cf. Ga 4,5-6; Rm 8,14-17). San Agustín, comentando este pasaje del Evangelio de Juan, dice sugestivamente: «Por el Verbo existes tú. Pero necesitas igualmente ser restaurado por Él». Vemos aquí perfilarse el rostro de la Iglesia, como realidad definida por la acogida del Verbo de Dios que, haciéndose carne, ha venido a poner su morada entre nosotros (cf. Jn 1,14). Esta morada de Dios entre los hombres, esta Šekina (cf. Ex 26,1), prefigurada en el Antiguo Testamento, se cumple ahora en la presencia definitiva de Dios entre los hombres en Cristo".