La Palabra es fuerza transformadora (II)
LA PALABRA ES FUERZA TRANSFORMADORA
Hemos dicho la semana pasada que la Palabra es Luz, es como una antorcha nos ayuda a caminar. También hemos citado algunos textos bíblicos que nos han ayudado a reconocer que necesitamos esa luz para nuestro camino. Cristo, como Palabra encarnada, es nuestra Luz. Ese fue nuestro primer paso de este itinerario preparativo para el Domingo de la Palabra que celebraremos el 23 de enero. Ahora nos concentramos en un segundo paso.
En esta segunda reflexión queremos afirmar que la Palabra es fuerza transformadora de la vida todo hombre y mujer. La Palabra es capaz de dar una forma diferente a nuestra propia existencia, por eso es trans-formadora. Es decir que la Palabra nos ayuda a definir nuestra verdadera identidad, hasta llegar a la estatura de Cristo (Cfr. Ef 4,13). Las palabras de Jesús, porque son espíritu y vida (Cfr. Jn 6,63), son capaces de ayudarnos a construir nuestra verdadera forma: hijos en el Hijo, ser luz que refleja la Luz.
El texto que nos ayudará a profundizar esa experiencia de configuración es el siguiente: "Viva es la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta la división entre alma y espíritu, articulaciones y médulas; y discierne sentimientos y pensamientos del corazón " (Hb 4,12).
El autor sagrado de la Carta a los Hebreos reconoce que la Palabra tiene una fuerza capaz de transformar nuestra vida desde dentro. La Palabra es capaz de penetrar todo nuestro misterio e iluminarlo. La Palabra nos conoce y quiere ayudarnos a discernir los sentimientos y pensamientos para que los orientemos según el plan de Dios. Todo puede ser transformado según la luz de la Palabra. Nada de nuestra vida queda escodido ante la Palabra, así lo expresa el versículo sucesivo: "No hay criatura invisible para ella: todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta" (Hb 4,13).
La fuerza transformadora se refleja en cosas bien concretas, como el hecho de que la Palabra nos ayuda a tomar decisiones claras en el camino de la vida. Pensemos en el ejemplo de grandes santos que han dado giros impresionantes en sus vidas, teniendo como fundamento la Palabra de Dios. También pensemos en los acontecimiento ordinarios de nuestra vida en los cuales nos hemos dejado iluminar por esa presencia constante de la Palabra de Dios.
La transformación es posible porque "toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena" (2Tm 3,16-17). Es decir que la palabra, como educadora y pedagoga, nos acompaña en nuestro camino, para que aprendamos a caminar en la justicia; eso implica hacer cambios constantemente en nuestro itinerario. Se hacen los cambios que nos ayudan a mantener el ideal: ser "irreprochables y sencillos hijos de Dios sin tacha en medio de una generación perversa y depravada, en medio de la cual brillan como como estrellas en el mundo" (Fil 2,15).
Por tanto, la Palabra es luz que nos ilumina y transforma desde dentro y quiere que nosotros mismos manifestemos esa luz. Estamos llamados a reflejar esa luz: ser luz que se pone en lugar alto para iluminar (Cfr. Mt 5,14-15).
Ahora nos preguntamos, ¿tenemos familiaridad y cercanía con la Palabra, de tal modo que transforma nuestra vida en su totalidad? ¿Nos dejamos transformar por la Palabra?
Sigamo avanzando en nuestra reflexión.
P. Rafael
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Para profundizar, les propongo este texto del Papa Franciso en su Carta Apostólica Aperuit Illis, n. 8:
"El contacto frecuente con la Sagrada Escritura y la celebración de la Eucaristía hace posible el reconocimiento entre las personas que se pertenecen. Como cristianos somos un solo pueblo que camina en la historia, fortalecido por la presencia del Señor en medio de nosotros que nos habla y nos nutre. El día dedicado a la Biblia no ha de ser “una vez al año”, sino una vez para todo el año, porque nos urge la necesidad de tener familiaridad e intimidad con la Sagrada Escritura y con el Resucitado, que no cesa de partir la Palabra y el Pan en la comunidad de los creyentes. Para esto necesitamos entablar un constante trato de familiaridad con la Sagrada Escritura, si no el corazón queda frío y los ojos permanecen cerrados, afectados como estamos por innumerables formas de ceguera".