La Iglesia: Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, Comunión.
La Iglesia es Pueblo de Dios, es Cuerpo de Cristo, es comunión.
Definir la identidad de la Iglesia es fundamental para reconocer la propia identidad de cada miembro de la Iglesia. Si estamos trabajando dentro de la Iglesia y en nombre de la Iglesia, consideramos que es necesario un recordatorio sobre algunos planteamientos teológicos y doctrinales básicos, que después repercuten en la práctica pastoral. Debemos reconocer que nuestra idea de Iglesia marca y orienta nuestra práctica pastoral. Una buena teoría es el mejor fundamento para una buena praxis.
En esta exposición me gustaría proponer, en primer un lugar, una breve reflexión sobre lo que no es la Iglesia. Luego nos vamos a detener con más detalle a dibujar los rasgos principales de la identidad de la Iglesia.
La pregunta que nos hacemos es: ¿qué no es la Iglesia?
- No es un club social o una sociedad para la amistad: donde puedo yo inscribirme o desinscribirme de manera fácil, donde solo asumo resonsabilidades según el tipo de amistad que tengo con los otros miembros del grupo; no es un grupo al que pertenezco por afinidad por un pasatiempo o un interés.
- No es una empresa que ofrece mercadería religiosa, donde ejerzo un trabajo con intención de recibir una remuneración económica estable; en este caso la calidad del trabajo dependerá de la cantidad de dinero que se recibe. No se maneja la vida de acuerdo a medidores económicos. El peligro es considerar la Iglesia como un mercado de sacramentos donde puedo comprar lo que necesito y luego me voy, pero sin mantener lazos profundos de conexión.
- No es un “ghetto”, es decir un pequeño grupo cerrado, excluido, marginado, al cual se le mira de reojo; no es ese grupo donde me aislo por comodidad con la intención de no contaminarme con los impuros; no es ese grupito de personas selectas que no deben mancharse con la suciedad de los que están fuera.
- No es una casa de alquiler (así lo dice el Papa Francisco): donde podemos estar con un pie adentro y otro afuera. El peligro aquí está en nos considerar la casa como propia y por tanto no se cuida o se piensa que se puede abandonar en cualquier momento.
Entonces, ¿qué es la Iglesia? Vamos a responder con las tres palabras que se nos proponen en el tema principal:
1. La Iglesia es Pueblo de Dios:
Este concepto ha sido redescubierto con la teología del Concilio Vaticano II. Tiene una connotación dinámica, progresiva, histórica y profundamente familiar. Expliquemos un poco mejor esta significación.
En el documento conciliar Lumen Gentium, específicamente el numero 9, se dice que
“fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente”.
Esto significa que Dios hace la convocatoria a participar de esta vivencia en clave de conexión. Este pueblo, en el Antiguo Testamento, fue destinatario de una promesa y una alianza; y en el Nuevo Testamento, se constituye como nuevo Pueblo de Dios, por la fuerza del Espíritu, de tal manera que
“quienes creen en Cristo, renacidos no de un germen corruptible, sino de uno incorruptible, mediante la palabra de Dios vivo (cf. 1 P 1,23), no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn 3,5-6), pasan, finalmente, a constituir «un linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo de adquisición..., que en un tiempo no era pueblo y ahora es pueblo de Dios» (1 P 2, 9-10).
Este pueblo que Dios forma tiene características bien precisan que lo identifican y lo definen en su forma interna y externa. El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 782) nos ofrece algunos elementos fundamentales de este pueblo de Dios, que le distinguen claramente de todos los grupos religiosos, étnicos, políticos o culturales de la historia:
— Es el Pueblo de Dios: Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo. Pero Él ha adquirido para sí un pueblo de aquellos que antes no eran un pueblo: "una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa" (1 P 2, 9).
— Se llega a ser miembro de este cuerpo no por el nacimiento físico, sino por el "nacimiento de arriba", "del agua y del Espíritu" (Jn 3, 3-5), es decir, por la fe en Cristo y el Bautismo.
— Este pueblo tiene por Cabeza a Jesús el Cristo [Ungido, Mesías]: porque la misma Unción, el Espíritu Santo fluye desde la Cabeza al Cuerpo, es "el Pueblo mesiánico".
— "La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo" (LG 9).
— "Su ley, es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo mismo nos amó (cf. Jn 13, 34)". Esta es la ley "nueva" del Espíritu Santo (Rm 8,2; Ga 5, 25).
— Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo (cf. Mt 5, 13-16). "Es un germen muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano" (LG 9).
— "Su destino es el Reino de Dios, que él mismo comenzó en este mundo, que ha de ser extendido hasta que él mismo lo lleve también a su perfección" (LG 9).
Analizando todas estas características podemos comprender mejor la llamada que Dios nos ha hecho a formar parte de su pueblo, con todas las implicaciones que esto tiene.
Cada uno de nosotros se entiende solo si se pone en camino en este ambiente familiar que ofrece la Iglesia. Por eso es tan importante la vida en comunidad porque expresa nuestra vivencia como pueblo de Dios. Nuestra vida dentro de la Iglesia es relacionalidad en clave de pertenencia.
2. La Iglesia es Cuerpo de Cristo:
La imagen del cuerpo es una de las mejores metáforas que nos propone la teología paulina. Esta comparación está bien asumida en la teología conciliar, especialmente en el numeral 7 de Lumen Gentium.
El texto dice:
“El Hijo de Dios, en la naturaleza humana unida a sí, redimió al hombre, venciendo la muerte con su muerte y resurrección, y lo transformó en una nueva criatura (cf. Ga 6,15; 2 Co 5,17). Y a sus hermanos, congregados de entre todos los pueblos, los constituyó místicamente su cuerpo, comunicándoles su espíritu.
Como podemos notar, las expresiones nos hablan de la pertenencia a este Cuerpo, que tiene como cabeza a Cristo, lo cual nos impulsa a vivir con ciertas exigencias, por ejemplo:
- La participación de la vida de Cristo, exige la comunión con Cristo y también la comunión entre nosotros.
- La configuración con Cristo, por medio de las vida sacramental: al participar de los sacramentos se nos comunica el Espíritu de Cristo y esto permite que la figura de Cristo se vaya reflejando en nosotros.
- La pertenencia mutua: si somos miembros del cuerpo también somos miembros los unos de los otros. Nadie puede decir al otro “no te necesito”, todos somos importantes y cada uno asumiendo su puesto, con sentido de pertenencia a la Cabeza que es Cristo.
El Catecismo nos dice, n, 789: “La comparación de la Iglesia con el cuerpo arroja un rayo de luz sobre la relación íntima entre la Iglesia y Cristo. No está solamente reunida en torno a Él: siempre está unificada en Él, en su Cuerpo. Tres aspectos de la Iglesia "cuerpo de Cristo" se han de resaltar más específicamente:
- la unidad de todos los miembros entre sí por su unión con Cristo;
- Cristo Cabeza del cuerpo;
- la Iglesia, Esposa de Cristo”.
Las relaciones con Cristo y con los hermanos se fortalecen cuando reconocemos que somos miembros de este cuerpo que es la Iglesia. Hermanos reconozcamos con humildad que nos necesitamos mutuamente, somos complementarios; nuestra vida como cristianos es relacionalidad, pero en clave de mutua dependencia.
3. La Iglesia es comunión:
La tercera expresión que vamos a reflexionar es el concepto de comunión. También aquí descubrimos elementos profundos para nuestra identidad eclesial.
La comunión es la consecuencia lógica de una Iglesia que se reconoce como Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo.
La fuente y la inspiración para vivir esta comunión es el misterio de la Santísima Trinidad. Así lo dice el Documento de Aparecida, n. 155:
«Los discípulos de Jesús están llamados a vivir en comunión con el Padre (1Jn 1, 3) y con su Hijo muerto y resucitado, en “la comunión en el Espíritu Santo” (2Cor 13, 13). El misterio de la Trinidad es la fuente, el modelo y la meta del misterio de la Iglesia: “un pueblo reunido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, llamada en Cristo “como un sacramento, o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). La comunión de los fieles y de las Iglesias Particulares en el Pueblo de Dios se sustenta en la comunión con la Trinidad.
Como decía San Cipriano: la Iglesia aparece como el pueblo unido “por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
Por eso la Iglesia es: “casa y escuela de comunión” (NMI 43); es “comunidad e amor”. Esta identidad de comunión es la que atrae. La Iglesia atrae cuando vive en comunión, pues los discípulos de Jesús serán reconocidos si se aman los unos a los otros como Él nos amó (Jn 13,34).
Los obispos en Aparecida también nos dijeron:
La Iglesia es comunión en el amor. Esta es su esencia y el signo por la cual está llamada a ser reconocida como seguidora de Cristo y servidora de la humanidad. El nuevo mandamiento es lo que une a los discípulos entre sí reconociéndose como hermanos y hermanas, obedientes al mismo Maestro, miembros unidos a la misma Cabeza y, por ello, llamados a cuidarse los unos a los otros (1Cor 13; Col 3,12-14).
Los lugares donde se vive esta comunión son:
— La diócesis: como lugar privilegiado
— La parroquia: por que es comunidad de comunidades
— La comunidad eclesial de base: la cual asegura la comunión y el servicio.
Conclusión
Con todo lo que hemos dicho creo que podemos llegar a la siguiente afirmación conclusiva: Nuestra identidad más profunda es comunión, esta comunión la vivimos peregrinando como pueblo de Dios y también la expresamos articulando nuestras fuerzas como un cuerpo orgánico.
Dejo una pregunta para siga despertando nuestro interés:
¿Qué signos estamos dando de la espiritualidad de comunión?
¿Cómo podemos potenciar más concretamente nuestra identidad como pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo?
¿qué más debemos hacer en nuestras parroquias para crecer en comunión?