IV Domingo - Tiempo ordinario

29.01.2014 15:21

Mt 5,1-12a

BIENAVENTURADOS, FELICES, DICHOSOS...

Esta página del evangelio nos presenta un camino realmente original para seguir a Cristo. La bienaventuranza, la felicidad y la dicha se encuentran en todas aquellas situaciones que el mundo propone como inapropiadas para el hombre.

El hombre de hoy, como el de todos los tiempos, busca la felicidad; pero no se da cuenta que la felicidad sólo se encuetra en la propuesta de vida que hace Jesús. Sólo esa es la bienaventuranza real. Cualquier otra felicidad será sólo apariencia o será superficial.

Pensemos por ejemplo en aquellos cristianos que piensan que la felicidad se encuentra en los sentimentalismos, en «sentirse» bien, en recibir milagros, en tener «bendición» (entiendase dinero) de parte de Dios, en no tener ningún problema o duda. Parece que están entendiendo mal la felicidad. 

Nuestra riqueza es Cristo.La felicidad está en ser libres para seguir al Señor. Despojarse de los bienes, para alcanzar la verdadera imagen de Cristo, el hombre perfecto, el hombre realmente bienaventurado. Por ejemplo San Pablo, que llega a decir: «para mí la vida es Cristo y morir una ganancia» (Fil 1,21); Cristo, por tanto es nuestra plenitud: «que Cristo habite en sus corazones por la fe, que estén arraigados y cimentados en el amor, de modo que logren comprender, junto con todos los consagrados, la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, en una palabra, que conozcan el amor de Cristo, que supera todo conocimiento. Así serán colmados de la plenitud de Dios» (Ef 3,17-19). 

Mons. Romero, el 29 de enero de 1978, decía que Las Bienaventuranzas son una subversión del mundo, aclaran quien es nuestra riqueza y definen las opciones de la Iglesia. Además animaba a seguir sembrando la semilla del Reino, aunque seamos pocos.

La bienaventuranza está en Dios: él es nuestra riqueza, nuestro consuelo, nuestra paz, nuestro reino, nuestra justicia, nuestro horizonte, nuestra meta...

¡Ánimo!