III Domingo de cuaresma
Jn 4,5-42
¡Señor, dame de esa agua!
El encuentro de la Samaritana con Jesús es una escena realmente impactante; es como un reflejo de nuestra historia personal: vivimos entretenidos en nuestras tareas cotidianas, pensamos que vivimos una buena vida religiosa, nos conformamos con esconder algunos pecados... pero también debemos darnos cuenta que estamos en búsqueda de algo que sacie nuestra sed, nuestra verdadera sed: la se de verdad, de autenticidad, de vida plena.
Todo comienza con un encuentro con la fuente de la vida. Jesús es nuestra Fuente. Es necesario siempre comenzar desde un encuentro con el rostro misericordioso de Dios que quiere iluminar y purificar nuestra vida tal como es en el momento presente. En el encuentro y diálogo con Jesús volvemos a descubrir quienes somos realmente y quien es Jesús para nuestras vidas, el Mesías (v.25) y Salvador (v. 42).
La Samaritana, al darse cuenta que Jesús es el dador del agua verdadera, le suplica: "Señor, dame de esa agua" (v. 15). Todos deberíamos hacer esta oración. Todos deberíamos pedir del agua que nos ayude a caminar bien y que luego se convierta en fuente de agua para otros (v. 14). Mantener esa oración en nuestro interior nos puede aclarar, seguramente, muchas dudas sobre nuestro pripio proceso de conversión. Es decir, necesitamos constantemente de esa agua que nos purificarnos y caminar hacia la vida plena.
La escena evangélica manifiesta un dinamismo impresionante con un gesto misionero: la mujer va y comparte la sorpresa de haberse encontrado con el Mesías que ha iluminado su vida. Se trata de una noticia que no puede quedar encerrada en su corazón, ella siente la necesidad de decir a otros: "vengan a ver..." (v. 29) . Eso mismo debemos hacer nosotros: dar testimonio de la frescura con la que Dios va transformando nuestro interior y exterior. Hablar siempre de la verdadera Fuente que nos purifica.
Todo el desarrollo del relato concluye con afirmaciones de mucha fe y esperanza: "Muchos samaritanos creyeron" (v. 39), "los samaritanos le rogaron que se quedara con ellos" (v. 40), "fueron muchos los que creyeron por sus palabras" (v. 41), "nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste (Jesús) es verdaderamente el Salvador del mundo" (v. 42). Como se puede notar, parece que el texto nos quiere conducir siempre hacia la fe. Se trata de una fe que tiene como fundamento el encuentro personal.
¡Dispongamos nuestra vida al encuentro con Jesús!
¡Ánimo, sigamos buscando el agua de vida!
¡Sigamos caminando hacia la fe y con la fe!
PARA PROFUNDIZAR:
Exhortación Apostólica Ecclesia in America, 8: «Los Evangelios relatan numerosos encuentros de Jesús con hombres y mujeres de su tiempo. Una característica común a todos estos episodios es la fuerza transformadora que tienen y manifiestan los encuentros con Jesús, ya que « abren un auténtico proceso de conversión, comunión y solidaridad». Entre los más significativos está el de la mujer samaritana (cf. Jn 4, 5-42). Jesús la llama para saciar su sed, que no era sólo material, pues, en realidad, « el que pedía beber, tenía sed de la fe de la misma mujer ». Al decirle, « dame de beber » (Jn 4, 7), y al hablarle del agua viva, el Señor suscita en la samaritana una pregunta, casi una oración, cuyo alcance real supera lo que ella podía comprender en aquel momento: « Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed » (Jn 4, 15). La samaritana, aunque « todavía no entendía », en realidad estaba pidiendo el agua viva de que le hablaba su divino interlocutor. Al revelarle Jesús su mesianidad (cf. Jn 4, 26), la samaritana se siente impulsada a anunciar a sus conciudadanos que ha descubierto el Mesías (cf. Jn 4, 28-30)».