II Domingo del Tiempo Ordinario
Jn 1,29-34
Para que el Cordero sea dado a conocer...
Juan Bautista nos hace reconocer cuál es nuestra identidad frente a Jesús. Igual que Juan estamos invitados, como Iglesia, a asumir la tarea de dar a conocer al Señor. Ahora no se trata de darlo a conocer sólo a Isarael sino al mundo entero. Esta es la tarea de la Iglesia: anunciar la Buena Noticia del Reino de Jesús a todas las naciones. Lo afirma el Papa Francismo en Evangelii Gaudium, n. 111: «La evangelización es tarea de la Iglesia. Pero este sujeto de la evangelización es más que una institución orgánica y jerárquica, porque es ante todo un pueblo que peregrina hacia Dios». Y el mismo Papa explica en qué consiste esta evangelizacion: «la proclamación explícita de que Jesús es el Señor» (n. 110).
La Iglesia no se anuncia a sí misma, eso sería una idolatria. El mundo no necesita un eclesiocentrismo, sino un cristocentrismo. Para eso debemos comenzar a confirmar todo lo que Jesús es: el Hijo de Dios, revelado al mundo para proponer el Reino y salvar al mundo. Por eso Juan Bautista se atreve a decir: «yo lo vi y doy testimonio de que este es el Hijo de Dios». Estas expresiones nos animan también a nosotros a hablar de lo que hemos visto y oído.
La Iglesia hoy debe seguir dando testimonio de Cristo, con espítitu humilde, pero con la certeza de que su Señor le da fortaleza.
Dar testimonio de Jesús es una tarea dificil en nuestro contexto hoy, ya que se requiere de auténticos seguidores, convencidos, comprometidos y orientados siempre hacia el Cordero de Dios.
Jesús es presentado como Cordero de Dios, lo cual significa que carga con nuestros pecados y nos hace libres. Por tal motivo vale la pena seguir buscando al Señor y permanecer firmes en el seguimiento del Maestro.
Los hombres y mujeres de hoy caemos con facilidad en la superficialidad y nos dejamos llevar por las ideologías de moda o por nuestras propias opiniones subjetivas. La cultura líquida (Z. Bauman) nos distrae constantemente y nos hace vivir sin puntos de apoyo firmes. Por eso es muy significativo que nosotros aprendamos a permancer con la mirada fija en el Cordero de Dios, en él está nuestro fundamento y nuestra liberación.
Nos toca dar testimonoi de lo que creemos, desde nuestra identidad de "llamados a ser luz". Podemos y debemos seguir dando testimonio de que Jesús es el «Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo». ¡Esta es una gran noticia!... y no podemos dejar de anunciarla.
¿Estamos dispuestos a dar testimonio de Jesús hoy?
¡Ánimo!
Para profundizar:
PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
Domingo 19 de enero de 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Con la fiesta del Bautismo del Señor, celebrada el domingo pasado, hemos entrado en el tiempo litúrgico llamado «ordinario». En este segundo domingo, el Evangelio nos presenta la escena del encuentro entre Jesús y Juan el Bautista, a orillas del río Jordán. Quien lo relata es el testigo ocular, Juan evangelista, quien antes de ser discípulo de Jesús era discípulo del Bautista, junto a su hermano Santiago, con Simón y Andrés, todos de Galilea, todos pescadores. El Bautista, por lo tanto, ve a Jesús que avanza entre la multitud e, inspirado desde lo alto, reconoce en Él al enviado de Dios, por ello lo indica con estas palabras: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29).
El verbo que se traduce con «quita» significa literalmente «aliviar», «tomar sobre sí». Jesús vino al mundo con una misión precisa: liberarlo de la esclavitud del pecado, cargando sobre sí las culpas de la humanidad. ¿De qué modo? Amando. No hay otro modo de vencer el mal y el pecado si no es con el amor que impulsa al don de la propia vida por los demás. En el testimonio de Juan el Bautista, Jesús tiene los rasgos del Siervo del Señor, que «soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores» (Is 53, 4), hasta morir en la cruz. Él es el verdadero cordero pascual, que se sumerge en el río de nuestro pecado, para purificarnos.
El Bautista ve ante sí a un hombre que hace la fila con los pecadores para hacerse bautizar, incluso sin tener necesidad. Un hombre que Dios mandó al mundo como cordero inmolado. En el Nuevo Testamento el término «cordero» se le encuentra en más de una ocasión, y siempre en relación a Jesús. Esta imagen del cordero podría asombrar. En efecto, un animal que no se caracteriza ciertamente por su fuerza y robustez si carga en sus propios hombros un peso tan inaguantable. La masa enorme del mal es quitada y llevada por una creatura débil y frágil, símbolo de obediencia, docilidad y amor indefenso, que llega hasta el sacrificio de sí mismo. El cordero no es un dominador, sino que es dócil; no es agresivo, sino pacífico; no muestra las garras o los dientes ante cualquier ataque, sino que soporta y es dócil. Y así es Jesús. Así es Jesús, como un cordero.
¿Qué significa para la Iglesia, para nosotros, hoy, ser discípulos de Jesús Cordero de Dios? Significa poner en el sitio de la malicia, la inocencia; en el lugar de la fuerza, el amor; en el lugar de la soberbia, la humildad; en el lugar del prestigio, el servicio. Es un buen trabajo. Nosotros, cristianos, debemos hacer esto: poner en el lugar de la malicia, la inocencia, en el lugar de la fuerza, el amor, en el lugar de la soberbia, la humildad, en el lugar del prestigio el servicio. Ser discípulos del Cordero no significa vivir como una «ciudadela asediada», sino como una ciudad ubicada en el monte, abierta, acogedora y solidaria. Quiere decir no asumir actitudes de cerrazón, sino proponer el Evangelio a todos, testimoniando con nuestra vida que seguir a Jesús nos hace más libres y más alegres.