XXII Domingo del Tiempo Ordinario
Mc 7,1-8.14-15.21-23
ACERCAR EL CORAZON A DIOS
Este domingo regresamos al evangelio de Marco. Y la escena que se nos presenta es una discusión entre Jesús y los fariseos y letrados llegados desde Jerusalén; el tema pincipal: la pureza de corazón. No se trata de horar a Dios con tradiciones exteriores, sino con un corazón sincero, capaz de manifestar siempre buenas intenciones y buenos frutos. Un corazón puro, dulce y sereno, es precioso ante Dios (Cf. 1Pe 3,4).
La queja de Jesús, retomando un texto de Isaias 29,13 es muy dura: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí". Nos hace preguntarnos, en modo personal, ¿qué tan cerca de Dios está mi corazón? ¿Cuál es el verdadero culto que debo dar al Señor, exterior o interior? ¿Qué tan hipócrita soy en mi manera de vivir mi fe? ¿Necesito purificar mi corazón?
Al purificar el corazón nos resultará mucho maás espontáneo el hecho de mostrar sinceridad y transparencia. Debemos esforzarnos por purificar nuestro interior, porque alli se juega el destino de nuestra existencia. Nuesta vida es reflejo de nuestro corazón. Recordemos aquella expresión del libro de los Proverbios: "Como el agua es espejo del rostro, el corazón es espejo del hombre" (27,19).
¿Cómo se purifica el corazón? Seguramente el corazón se purifica acercandose más a Dios. Entre más cerca estamos del Santo, más nos satificamos. Estando cerca del Señor aprendemos mejor; por eso Jesús nos invitó a tener un corazón semejante al suyo: "aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). Se trata pues de estar siempre cerca de aquella Fuente que nos renueva constantemente.
Una tarea bien precisa: "por encima de todo, vigila tu corazón, porque de él brota la vida" (Prov. 4,23).
¡Ánimo!