Domingo del Cuerpo y Sangre de Cristo
Lc 9,11-17
10 Los apóstoles volvieron y le contaron todo lo que habían hecho. Él los tomó aparte y se retiró por su cuenta a una ciudad llamada Betsaida.
11 Pero la multitud se enteró y le siguió. Él los recibió y les hablaba del reino de Dios y sanaba a los que lo necesitaban.
12 Como caía la tarde, los Doce se acercaron a decirle:
—Despide a la gente para que vayan a los pueblos y campos de los alrededores y busquen hospedaje y comida; porque aquí estamos en un lugar despoblado.
13 Les contestó:
—Denle ustedes de comer.
Ellos contestaron:
—No tenemos más que cinco panes y dos pescados; a no ser que vayamos nosotros a comprar comida para toda esa gente. 14 –Los varones eran unos cinco mil–.
Él dijo a los discípulos:
—Háganlos sentar en grupos de cincuenta.
15 Así lo hicieron y se sentaron todos. 16 Entonces tomó los cinco panes y los dos pescados, alzó la vista al cielo, los bendijo, los partió y se los fue dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. 17 Comieron todos y quedaron satisfechos, y recogieron los trozos sobrantes en doce canastas.
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Pan para todos
Para meditar sobre la presencia de Cristo en la Eucaritía —en este Domingo de Corpus Christi— se nos propone un texto del evanglio de Lucas. No es tanto una catequesis, un discurso o una explicación, sino más bien una acción concreta, con una actitud concreta, que permite destacar algunos elementos especiales.
En el pan se hace visible, palpable y concreta la presencia del reinado de Dios. Por eso las acciones y palabras de Jesús ayudan a poner en claro lo que significa la vida que el mismo Jesús está ofreciendo a su comunidad. El Señor se ofrece en el pan.
Veamos algunos detalles especiales:
1. La tarde (v.12): el día está concluyendo, la oscuridad se acerca, pero la palabra de Jesús y su gesto solidario con una luz de esperanza para todo el pueblo. En el atardecer se hace el cuentro comunitario para dar cuentas de la obra de Dios durante la jornada. Lo mejor de todo es reconocer que Dios sigue actuando y encendiendo la lámpara de nuesta fe.
2. La organización (v. 14): Eso de sentarse en grupos de 50 nos hace pensar en la necesidad del orden en cualquier iniciativa solidaria para obtener mejores frutos. Un pueblo ordenado y organizado es un pueblo que funciona mejor. En nuestras comunidades parroquiales también son necesarias las iniciativas impulsadas con una organización clara y efectiva.
3. La bendición (v.16): Los panes y los peces en las manos de Jesús son para compartir. Son dones que no quedarán en manos de unos pocos, sino que son para todo el pueblo. Jesús eleva su mirada al cielo para reconocer la providencia de Dios y de ese modo el pan tiene significado distinto: es pan para todos.
4. La corresponsbilidad (vv. 13.15): Primero el reto que Jesús les dio a sus discípulos: "denle ustedes de comer" (v.13); luego la forma concreta en que los discípulos son intermediarios de la providencia de Dios, son ellos los que hacen llegar el pan para todos (v.15). Todo esto nos hace reconocer que el pan llega a todos si todos nos ponemos en actitud corresponsable.
5. La abundancia (v.17): cuando el pan alcanza para todos quiere decir que hay abundancia. Es nuestra tarea hacer que abunde para todos. Jesús nos enseña que cuando se tiene la mano abierta hacia los más necesitados el reinado de Dios se hace más visible.
Algunas preguntas para nuestra reflexión:
¿La Eucaristía nos impulsa a ser más solidarios?
¿Nos sentimo corresponsables en la tarea de hacer visible el reinado de Dios?
¿Agradecemos constantemente porque Jesús se ofrece como pan?
Animo!
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TEXTOS MAGISTERIALES PARA PROFUNDIZAR
LAUDATO SI (PAPA FRANCISCO)
93. Hoy creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos. Por consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados. El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social». La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada. San Juan Pablo II recordó con mucho énfasis esta doctrina, diciendo que «Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno». Son palabras densas y fuertes. Remarcó que «no sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos». Con toda claridad explicó que «la Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a la propiedad privada, pero enseña con no menor claridad que sobre toda propiedad privada grava siempre una hipoteca social, para que los bienes sirvan a la destinación general que Dios les ha dado». Por lo tanto afirmó que «no es conforme con el designio de Dios usar este don de modo tal que sus beneficios favorezcan sólo a unos pocos». Esto cuestiona seriamente los hábitos injustos de una parte de la humanidad.
236. En la Eucaristía lo creado encuentra su mayor elevación. La gracia, que tiende a manifestarse de modo sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios mismo, hecho hombre, llega a hacerse comer por su criatura. El Señor, en el colmo del misterio de la Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia. No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos encontrarlo a él. En la Eucaristía ya está realizada la plenitud, y es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable. Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos da gracias a Dios. En efecto, la Eucaristía es de por sí un acto de amor cósmico: «¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo. La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y penetra todo lo creado. El mundo que salió de las manos de Dios vuelve a él en feliz y plena adoración. En el Pan eucarístico, «la creación está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo». Por eso, la Eucaristía es también fuente de luz y de motivación para nuestras preocupaciones por el ambiente, y nos orienta a ser custodios de todo lo creado.