Domingo de la Santísima Trinidad
Mt 28,16-20
La Trinidad inunda nuestra vida
El relato que nos propone el texto evangélico es una escena profunda, envolvente, iluminadora, dinámica y consoladora.
Profunda porque nos habla del misterio de Dios Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El misterio de la Trinidad es la Fuente de todo y la Meta de todo.
Envolvente porque el misterio de la Trinidad inunda todo. Por eso Jesús en el envío pide que enseñemos a todos a reconocer el amor del Padre, el camino para llegar a Padre y la fuerza que nos mantiene despiertos en ese camino.
Es iluminadora porque la luz del Señor Jesús siempre renueva la fe. El texto nos habla de una comunidad de adora al Señor (v. 17) y en esa adoración superan todas sus dudas. Se han dejado iluminar por la luz del Señor.
Dinámica porque en el nombre de la Trinidad se debe cumplir con una misión: dinamizar toda la vida de los hombres según este Misterio. Esto requiere ponerse en movimiento, caminar, anunciar, compartir, salir y llegar a las todas partes (sobre todo a las perisferias, como dice el Papa Francisco).
Y consoladora porque el Señor Jesús garantiza su presencia en todo este dinamismo (v. 20). Es presencia de Jesús es permanenente, real, prolongada, intensa. No hay duda que nuestro caminar histórico está impregnado de un sabor teológico. La historia es historia de salvación precisamente por la presencia del Señor.
Una constatación final: quizá poco entendemos o no hay palabras sencillas para explicar el Misterio della Trinidad. Pero lo que sí es cierto es que su presencia inunda nuestras vidas y puede marcar un ritmo a nuestro caminar: Caminamos hacia el Padre, en nombre de Jesucristo como Camino y con la fuerza del Espíritu Santo.
¡Ánimo!