DOMINGO DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

22.11.2014 21:58

Mt 25,31-46

EL AMOR ES EL SABOR DEL REINO

Podemos afirmar, a la luz del evangelio de este domingo, que el amor (en gestos concretos) es el verdadero sabor del Reinado de Jesucristo. Nos toca a nosotros poner este ingrediente indispensable para hacer lucir cada vez más la obra de Dios. 

Es gratificante pensar que cada gesto de amor que hacemos genera algo nuevo, genera una presencia divina que puede transformar nuestros ambientes hostiles.

El mensaje de Jesús en el capítulo 25 de San Mateo nos motiva a peregrinar en esta vida haciendo presente el amor a cada paso. No se trata de teorías sobre el amor, no es cuestión de una bonita doctrina; de lo que se trata es de hacer ver en obras concretas nuestra fe y nuestra esperanza. Recordemos las palabras de S. Pablo en la Carta a las Gálatas: "la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Ahora surge la pregunta ¿Cómo se puede hacer visible el amor? La respuesta la da Jesús en su mensaje de este domingo, son las llamadas "obras de misericordia": dar de comer, dar de beber, acoger, vertir, visitar... son verbos que nos invitan a ponernos en actitud ativa hacia el hermano.

Es cuestión de vivir el amor sobre todo con los más cercanos a quienes vemos todos los días. Con esta frase ponemos en claro quienes son los destinatarios inmediatos de nuestras obras de amor: son los hermanos más cercanos, ante los cuales no debemos manifestar actitud de indiferencia, porque cada obra que no hicimos con el hermano, dice Jesús, "también conmigo dejaron de hacerlo" (v.45). Esa identificación de Cristo con el pobre es una llamada constante a ponernos manos a la obra. De esta manera se construye el reinado de Dios.

¡Cada gesto cuenta! ¡Cada obra cuenta! ¡Nuestras manos son importantes! ¡Nuestras manos son capaces de hacer obras extraordinarias! ¡Con nuestras manos podemos hacer visible el Reino de Dios!

Como dice J. Sobrino, "se necesitan ojos nuevos para ver la verdad de la realidad". Es decir, necesitamos limpiar nuestra mirada, para descubrir que hay muchos hermanos esperando nuestra ayuda. Además, agrega Sobrino, es necesario "historizar la misericordia", anteponiendo la misericordia a cualquier cosa; en el ejercicio de la misericordia encontramos la medida de la libertad (Cfr. J. Sobrino, El Principio Misericordia, 16-28). Esto significa que debemos actuar de modo urgente y concreto, para mostrar que somos hijos de Dios que quieren servir a los hijos de Dios. Para vivir todo esto, dice el Papa Francisco, se debe tener una "atención amante", no es cuestión sólo de activismo (EG, 199).

Nos toca, pues, trabajar por el Reino (sirviendo al Rey-Jesucristo), con atención amante expresada en obra de amor hacia el prójimo: solidaridad, justicia, verdad, paz, fraternidad, cercanía, diálogo, apertura, servicio, sacrificio, donación.... (¿qué más agregarías a la lista?)

Ánimo!

 

PARA PROFUNDIZAR:

- La realidad del juicio final incluye también la experiencia de poner en claro todas las cosas, así lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 678:

Siguiendo a los profetas (cf. Dn 7, 10; Jl 3, 4; Ml 3,19) y a Juan Bautista (cf. Mt 3, 7-12), Jesús anunció en su predicación el Juicio del último Día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno (cf. Mc 12, 38-40) y el secreto de los corazones (cf. Lc 12, 1-3; Jn 3, 20-21; Rm 2, 16; 1 Co 4, 5). Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios (cf Mt 11, 20-24; 12, 41-42). La actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino (cf. Mt 5, 22; 7, 1-5). Jesús dirá en el último día: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40).

 

- El Papa Juan Pablo II, después de explicar que encontramo a Jesucristo en la Escritura y en la Eucaristía, agrega un tercer lugar: los pobres. Estas son las palabras del Papa, en su Exhortación Apostórlica Ecclesia in America, n. 12:

La Escritura y la Eucaristía, como lugares de encuentro con Cristo, están sugeridas en el relato de la aparición del Resucitado a los dos discípulos de Emaús. Además, el texto del Evangelio sobre el juicio final (cf. Mt 25, 31-46), en el que se afirma que seremos juzgados sobre el amor a los necesitados, en quienes misteriosamente está presente el Señor Jesús, indica que no se debe descuidar un tercer lugar de encuentro con Cristo: « Las personas, especialmente los pobres, con los que Cristo se identifica ». Como recordaba el Papa Pablo VI, al clausurar el Concilio Vaticano II, « en el rostro de cada hombre, especialmente si se ha hecho transparente por sus lágrimas y por sus dolores, podemos y debemos reconocer el rostro de Cristo (cf. Mt 25, 40), el Hijo del hombre».

 

- El Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, n. 197, expresa que la misericordia hacia los pobres es la llave del cielo:

El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo «se hizo pobre» (2 Co 8,9). Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres. Esta salvación vino a nosotros a través del «sí» de una humilde muchacha de un pequeño pueblo perdido en la periferia de un gran imperio. El Salvador nació en un pesebre, entre animales, como lo hacían los hijos de los más pobres; fue presentado en el Templo junto con dos pichones, la ofrenda de quienes no podían permitirse pagar un cordero (cf. Lc 2,24; Lv 5,7); creció en un hogar de sencillos trabajadores y trabajó con sus manos para ganarse el pan. Cuando comenzó a anunciar el Reino, lo seguían multitudes de desposeídos, y así manifestó lo que Él mismo dijo: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres» (Lc 4,18). A los que estaban cargados de dolor, agobiados de pobreza, les aseguró que Dios los tenía en el centro de su corazón: «¡Felices vosotros, los pobres, porque el Reino de Dios os pertenece!» (Lc 6,20); con ellos se identificó: «Tuve hambre y me disteis de comer», y enseñó que la misericordia hacia ellos es la llave del cielo (cf. Mt 25,35s).

 

- El Papa Francisco en un Angelus de finales de noviembre 2017:

La página evangélica se abre con una visión grandiosa. Jesús, dirigiéndose a sus discípulos, dice: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria» (Mateo 25, 31). Se trata de la introducción solemne del relato del juicio universal. Después de haber vivido la existencia terrenal en humildad y pobreza, Jesús se presenta ahora en la gloria divina que le pertenece, rodeado por hileras angelicales. Toda la humanidad está convocada frente a Él y Él ejercita su autoridad separando a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras.

A aquellos que pone a su derecha les dice: «Venid, benditos de mi padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme» (vv. 34-36). Los justos permanecen sorprendidos, porque no recuerdan haber encontrado nunca a Jesús y menos haberlo ayudado de aquel modo; pero Él declara: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (v. 40). Esta palabra no termina nunca de conmocionarnos, porque nos revela hasta qué punto llega el amor de Dios: hasta el punto de identificarse con nosotros, pero no cuando estamos bien, cuando estamos sanos y felices, no, sino cuando estamos necesitados. Y de este modo escondido Él se deja encontrar, nos tiende la mano como mendigo. Así Jesús revela el criterio decisivo de su juicio, es decir, el amor concreto por el prójimo en dificultad. Y así se revela el poder del amor, la majestad de Dios: solidario con quien sufre para suscitar por todas partes comportamientos y obras de misericordia.

La parábola del juicio continúa presentando al rey que aleja de sí a aquellos que durante su vida no están preocupados por las necesidades de los hermanos. También en este caso esos quedan sorprendidos y preguntan: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel y no te asistimos? (v. 44). Implícito: «¡Si te hubiéramos visto, seguramente te habríamos ayudado!». Pero el rey responderá: «En verdad os digo es que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo» (v. 45). Al final de nuestra vida seremos juzgados sobre el amor, es decir, sobre nuestro empeño concreto de amar y servir a Jesús en nuestros hermanos más pequeños y necesitados. Aquel mendigo, aquel necesitado que tiende la mano es Jesús; aquel enfermo al que debo visitar es Jesús; aquel preso es Jesús; aquel hambriento es Jesús. Pensemos en esto.