DIURNOS
SOMOS DIURNOS
Los científicos dicen que los seres humanos, al igual que casi todos los primates poseemos hábitos diurnos. Durante el día trabajamos, comemos, estudiamos, realizamos todas las actividades que son "productivas". Y en la noche descansamos. El cuerpo nos pide descansar por la noche para "regenerar" las energías, es decir, para volver después a la vida. Esta es la condición normal. Todo nuestro cuerpo, en todas sus dimensiones, se mueve según un ritmo diurno. Vale la pena pensar en esa cualidad natural, que tiene también un significado espiritual.
Al parecer nuestro reloj biológico se organiza de tal modo que funcionamos "según el sol" y "a la luz de sol". De alguna manera la luz de día determina nuestra vida. La luz del sol pone un sabor especial a nuestro caminar. Por ejemplo, nuestro estado de ánimo es más positivos en los días de sol, los días más iluminados. Por eso es tan importante aquella metáfora que usa san Pablo: somos hijos del día y no de la noche ni de las tinieblas (Cfr. 1Ts 5,5).
Es bueno pensar en este tiempo de Adviento —y en todo tiempo— que caminamos según la luz de Cristo, a la luz de Cristo y hacia la luz del Señor. Jesús ha dicho: "Yo soy la luz del mundo, el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8,12).
Recordemos que nosotros somos luz en el Señor, llamados a vivir como hijos de la luz (Cfr. Ef 5,8).
Si llegan los momentos de tiniebla en nuestra vida, que sean para darnos cuenta que no es esa nuestra condición natural y que busquemos la luz...
Somos diurnos, no nocturnos.
Animo